Sergio Ramírez
Esta historia podría parecer escrita por Gogol, o por Pirandello. Alguien que sale corriendo con la urna llena de votos, en toda buena literatura es un personaje risible, un personaje de comedia pero con un sustrato trágico, y ese personaje es capaz de encarnar a la historia real, darle rostro, y darle un sentido. Y es una imagen de lo que pasó en Nicaragua este domingo. El partido oficial se llevó las urnas con los votos y se encerró a solas, desparramó las boletas por el suelo, y se sentó a contarlos sin testigos. Frente a cualquier observador que abriera de pronto la puerta, y lo encontrara en su tarea fraudulenta, lo que haría sería reír.
En miles de juntas receptoras los votos fueron contados a solas, porque existió desde el principio un plan deliberado y concertado para impedir que los fiscales de los partidos de oposición estuvieran presentes. Se les denegaron las credenciales a través de toda clase de trampas, y en comunidades rurales donde ya no pudieron impedir que los fiscales se integraran a las mesas, simplemente no se abrieron los centros de votación.
Miles de ciudadanos pelearon hasta el último momento porque se les entregaran sus cédulas de identidad, protestando por medio de sitios a las oficinas electorales, con tranques de carreteras, y al final, en una de tantos casos, tomaron por asalto esas oficinas, sacaron las cédulas retenidas, y fueron a entregarlas al cura para que se encargara de repartirlas a sus legítimos dueños. Ahora, en lugar de la puesta de una pieza de Pirandello, tenemos una película de Berlanga.