
Sergio Ramírez
En el pasado, cuando una dictadura se ha entronizado en Nicaragua, como ocurrió con la familia Somoza, han pasado que la gente termina convenciéndose de que los falsos juegos electorales no llevan a ninguna parte, y sólo sirven para entronizar aún más a los que estando ya arriba, quieren quedarse para siempre en el poder, afianzar el nepotismo y la corrupción, y cerrar cada vez más los espacios de participación democrática, lo mismo que ensanchar los abismos de injusticia y miseria. Y entonces la opción de quienes no ven ya más salida ha sido la violencia, que llega a prender en la mente de la sociedad como solución desesperada, con costos elevados en vidas humanas y ruina material.
Ahora la violencia, que nunca es deseable, no es posible en Nicaragua porque la memoria que se tiene de ella es trágica y nadie quiere repetirla después de los miles de muertos que costó el derrocamiento de la familia Somoza, y de los miles más que costó la guerra de la contra. Un precio terrible pagado no sólo en vidas humanas, muertos, heridos y lisiados, y viudas y huérfanos, sino en retroceso económico, pérdida de la agricultura, destrucción de infraestructura, inflación récord. A final de los años ochenta, el productor interno bruto había descendido en Nicaragua al nivel de los años cincuenta, un salto hacia atrás de 30 años.
Además, ¿de qué sirvió?