Sergio Ramírez
Hemos vivido de sueños: el viejo sueño americano representado por Estados Unidos, que parece conformarse hoy con un discreto segundo plano y se limita a buscar cooperación en el plano del tráfico de drogas y a la firma de tratados de libre comercio, un paraíso abierto para las mercancías pero cerrado para los inmigrantes; el sueño europeo, siempre distante, la idea de la democracia plena y el bienestar social, la doctrina de la defensa del medio ambiente, la calidad de vida y la acción internacional pacífica; y ahora el sueño chino tan tentador para los autócratas de siempre: te compro todo y me vendes todo y ambos nos hacemos ricos sin hacernos preguntas embarazosas en cuanto a la democracia.
En menos de dos décadas, afirma Javier Valenzuela, lo que habrá en el mundo es una "guerra de tronos", como en la edad media, "con múltiples reinos, señoríos y ciudades de fuerzas más o menos semejantes, compitiendo implacablemente unos con otros sin que ninguno pueda imponerse con rotundidad".
De modo que el sueño propio de América Latina será la participación en ese nuevo reparto, al menos para aquellos de nuestros países cuya dimensión y fuerza se los permita. Como en el teatro, unos autores pasarán a la penumbra en el escenario, y otros se acercarán a los reflectores, y quienes ganen poder económico terminarán reclamando su propia zona de influencia, y su propio estatus, como en el caso de Brasil y México, que demandan ya un asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.