
Sergio Ramírez
Consumes o te consumo. Si compras antes que yo, te mato. Si pasas antes que yo, debes atenerte a las consecuencias. Mi carrito es más rebosante que el tuyo. Las rebajas son para mí, no admito desafíos ni competencias, el altar de la diosa Consumo me está reservado, solamente yo, tarjeta de crédito en mano, puedo orar ante su altar. Me estorban tantos feligreses. Compro, luego existo.
En una tienda gigante de Wal-Mart en Valley Stream, estado de Nueva York, un empleado fue arrollado por la multitud ávida que pasó rauda sobre su cuerpo, cada quien decidido a llevarse la mejor presea, y la más barata. Olvídate de los cadáveres.
La economía de los Estados Unidos depende de que todo el mundo compre lo que se fabrica, aunque sea ahora en China, o en Singapur, o en Guatemala, prendas de vestir, juguetes, relojes, discos, videocámaras, carteras, chucherías infinitas que desbordan los estantes. 470 mil millones es el cálculo de las ventas de esta temporada navideña, que empieza en el viernes negro, un 2 por ciento mayor que el año pasado.
La manera de reactivar esa economía en apuros es entregando subsidios a los compradores, para que gasten en las tiendas, no importa en lo que sea, lo importante es gastar, y gastar a toda prisa, aunque eso cueste vidas. La diosa del Consumo, desde su pedestal de acrílico, vestida de seda artificial, vigila que las cajas registradoras funcionen expeditas, mientras las multitudes encandiladas por las rebajas, pululan alrededor de su altar.
La tarjeta de crédito, sacerdotisa de la diosa. El reino del consumo es vasto e inagotable, y sus creyentes más que las arenas del mar, aunque no se reconozcan entre ellos, y se atropellen frenéticos.
Y la crisis, ¿cuál crisis?