Sergio Ramírez
Yiwu se convirtió en un poeta con raíces en la rebeldía, en una sociedad dominada por la voluntad omnipresente del partido, y no tenía otro destino que el de entrar en la lista negra cuando aparecieron dos largos poemas suyos, La ciudad amarilla, e Ídolo, que le valieron la primera detención y el cateo de su casa.
Peor le iría cuando en 1989, tras la masacre de la plaza de Tiananmen, escribió su poema Masacre, que como no podía imprimirse, lo grabó de su voz y circuló en casetes reproducidos de manera espontánea. Fue detenido de nuevo al año siguiente, y esta vez la osadía le costó una sentencia de cuatro años de prisión, tiempo durante el que recibió castigos extremos y fue sometido a tortura.
"Creo que este acontecimiento es además el destino de China, y al ser el destino de China, se transformó en mi propio destino, sobre todo después de que me encarcelaran. Esta experiencia en la cárcel fue para mí una pesadilla. Entonces, cada vez que pienso en un poema o en la poesía, lo que viene a mi mente es una pesadilla", ha dicho en Guadalajara. La pesadilla de Tiananmen.
Fue en la cárcel donde comenzó a entrevistar a otros prisioneros acerca de su pasado y de sus vidas, punto de partida de esa galería de personajes singulares que desfilan por las páginas de El paseante de cadáveres: uno de ellos, Zeng Yinglong, un campesino calvo y bizco, pobre de solemnidad, se proclamó emperador porque una salamandra había hablado para anunciar su reinado, y estableció su corte con chambelanes y concubinas; y en tiempos en que el estado castigaba a las familias que procreaban más de un hijo, en su imperio, que comprendía un vasto territorio rural, sus decretos mandaban que todo el mundo tuviera cuantos niños quisiera. Ahora el emperador purgaba prisión, igual que el poeta que lo entrevistaba.