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La mano del secretario

Por 7 de diciembre de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

Parece un escriba de la estirpe del ponikastas cretense, que aprendía el oficio de su padre y lo enseñaba a su hijo, y era miembro de una casta de alto rango en la polis. Este secretario Huerta fue prohijado por su tío, secretario y testamentario del deán Diego de Castilla, que lo transmitió por recomendación a Luis de Castilla y le dio una capellanía. Se licenció en derecho, defendió los derechos del cardenal Sandoval sobre el Adelantamiento de Cazorla y este lo nombró secretario del Supremo de la Inquisición. Luego Felipe IV lo nombró secretario de Su Majestad.
  
Entonces se le ocurrió al secretario Huerta, que firmaba así porque prefería su apellido materno, que iba a levantar una capilla y a labrarse un sepulcro en la iglesia de La Guardia, su pueblo toledano. Contrató como director artístico al napolitano Nardi, el segundo después de Velázquez en el campeonato de pintura sobre la expulsión de los moriscos. Y en la sacristía, entre otros cuadros, puso su retrato por Velázquez, que ahora ha reaparecido.
 
Notable es la mano del secretario Huerta. Esa mano que tanto y tan poderoso escribe y firma. Los dedos anquilosados en postura de sostener la pluma. Y sumidos en sombra. Velázquez ve el rasgo, y lo crea. 

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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