
Sergio Ramírez
Daniel Ortega llamó "hijo de casa" a Edmundo Jarquín en uno de sus prolongados y pintorescos discursos donde suele hablar desde los meteoritos que acabaron con los dinosaurios hasta la profundidad exacta a que las fuentes de petróleo se hallan debajo de la corteza terrestre en las selvas del Orinoco. Y lo llamó, más exactamente, "hijo de casa de los españoles", por razones que yo ignoro, salvo que Edmundo ha vivido en España en diversas ocasiones, como diplomático y como funcionario internacional. Edmundo, no obstante, es de los pocos políticos que sabe reírse de sí mismo, raro caso, y no sé que tome a pecho las ofensas de clase.
Pero también el comandante furibundo ha llamado a sus adversarios de todo, lamebotas del imperialismo, huevos podridos, asaltantes, perros rabiosos, y a los periodistas de la oposición, hijos de Goebbels. Me hacen faltas tantas comillas…
Lo extraño de todo, sin embargo, como dije ayer al principio de estas reflexiones, es que "hijo de casa" sea introducido dentro de un contexto radical verbal de izquierda como ofensa a un oponente, cuando, como creación lingüística, pertenece a la vieja oligarquía que sabía ser hiriente a la hora de descalificar, y de discriminar, con las palabras, o con el fuete en la mano.