Sergio Ramírez
Del aeropuerto llevaron a Don King a exhibirse en una tarima instalada al paso de la diminuta imagen de Santo Domingo Guzmán, cuya fiesta patronal celebraba la ciudad de Managua ese día, y mientras el santo era zarandeado en su peaña enflorada como todos los años, en medio de un ambiente de carnaval, que no quita nada a la devoción, Don King empuñaba con una mano una banderita del partido en el poder, y con la otra enseñaba dos dedos, porque el número dos es el número de la casilla electoral del partido en el poder. Es que estamos en campaña electoral. Un colorido acto de proselitismo político en una procesión religiosa, para nada extraño tratándose de él. De qué no sería capaz por hacer crecer su hato de becerros de oro, ahora tan disminuido.
Además de su proverbial cabello erizado de susto, hebra por hebra, lucía su típico atuendo circense, una chaqueta que a primera vista parece estampada con un cielo celeste de nubes blancas, adornado con estrellas muy gordas, pero que al final del examen uno descubre, al fijarse en las barras rojas que adornan los faldones, que se trata de la bandera de los Estados Unidos, en la que también hay medallones con su propio retrato. Only in America alguien puede vestirse así, sin contar con la corbata, cuyo escrutinio me parece más complicado, llena de símbolos que lucen como sellos, o escudos, pero me estorba la tarea la escultura que cuelga de su cuello, y que parece ser una reproducción en miniatura de la Estatua de la Libertad, con su pedestal y todo.