Sergio Ramírez
Salta Aurora de las páginas de Rayuela, y se planta frente a los jóvenes que la escuchan responder con largueza a las preguntas que le hace Julio Ortega, encargado de animarla al diálogo, en el auditorio colmado de la Casa de América. Ella no es sólo la Maga, sino también la albacea literaria de Julio Cortázar, dueña del destino de los libros de su biblioteca, salvo los libros en español que fueron donados a la Biblioteca Nacional de Nicaragua, y dueña de sus documentos personales, manuscritos, hojas a máquina, cuadernos de notas, y simples papelitos sueltos, todo metido en cajones. De este acervo, del que queda un mundo por revisar y compulsar, ha salido ya un libro, Papeles Inesperados, publicado por Alfaguara el año pasado.
Son cajones de contenido inagotable que vomitan cuentos inéditos, capítulos de novelas inacabadas, comentarios sobre libros, y centenares de cartas, así como aquel personaje de su cuento Carta a una señorita en Paris, vomita conejos rosados. Para esta tarea Aurora ha encontrado al personaje ideal, Carles Álvarez Garriga, un cronopio erudito con la suficiente devoción y constancia como para haber dejado su trabajo ordinario en la vida y consagrarse a desentrañar el contenido de esos cajones mágicos de los que saldrán no pocos tomos más, sobre todo de cartas.
Porque Cortázar fue siempre un esplendido corresponsal, que lo primero que hacía por las mañanas, recuerda Aurora, era escribir cartas, largas piezas de ese arte epistolar que se ha ido acabando , ahora que las oficinas postales van cerrándose sin remedio, y por el correo electrónico lo que se envían son telegramas de necesidad.