
Sergio Ramírez
Una avalancha de voraces compradores que hacen fila desde el amanecer, se precipita sobre las puertas de los comercios apenas abren sus puertas, en lo que en la tradición consumista de los Estados Unidos se llama el viernes negro, el día que sigue al de acción de gracias, cuando en todos os hogares la mesa del comedor se vuelve un altar ritual alrededor del pavo cebado todo el año. El jueves se come, el viernes se compra. Todo lo que pueda comprarse, porque ese día, en los inmensos centros comerciales, infinitos como catedrales en sus espacios y honduras, se ofrecen descuentos del 50 por ciento, o más. Y se llama viernes negro no porque sea un día fúnebre, o de previsibles sucesos sangrientos, sino porque los comerciantes aspiran a convertir sus cifras rojas de posibles pérdidas, en anotaciones negras de ganancias.
Multitudes que desfilan apresuradas en procesión por los pasillos de Macys, de Best Buy, de Sacks, de Nordstrom, se arrebatan las prensas marcadas en baratillo, y se arman conatos de pleitos, arañazos, golpes discretos. Pero ha habido situaciones peores. En Palm Desert, California, dos personas han muerto en un tiroteo desatado dentro de Toys R Us, una tienda de juguetes. ¿Alguien habrá impedido a otro, a balazos, llevarse el juguete más barato para su hijo?