Sergio Ramírez
La cárcel de San Pedro ocupa las instalaciones de un antiguo convento religioso en La Paz, la capital de Bolivia, y como muchas otras de América Latina se halla hacinada de prisioneros, más del triple de los 300 que en verdad debería haber. Una inmensa casa de vecindad abigarrada de huéspedes, que son los reclusos, y de mujeres que llegan a pasar el día con ellos, o solo la noche, o que viven allí también de manera permanente con sus niños, pues ha llegado a ser una prisión de familia, donde se cocina al aire libre, los hijos hacen las tareas escolares en las celdas de sus padres, si es que alguna vez van a la escuela, o juegan en las crujías, se tiende la ropa a secar, se oyen gritos de borrachos y gritos de mujeres apaleadas por sus maridos borrachos, en los corredores y patios hay tenderetes de mercancías y puestos de comidas.
Si un prisionero desea una celda privada y confortable, puede comprarla a su anterior ocupante por precios que llegan hasta los 15.000 dólares. Como en otras cárceles, hay presos de primer y segunda categoría, unos con más y otros con menos privilegios, y además de bebidas alcohólicas se ofrecen dentro del penal drogas, heroína, cocaína, piedra crack, y marihuana. Una vida que discurre muros adentro, por muy bulliciosa y agitada que sea. ¿Qué atractivo turístico puede tener?
Lo tiene.