Sergio Ramírez
Estuve en San Salvador hace unos días por razones de mi oficio literario, pero con los muchos amigos con quienes me encontré, fue imposible dejar de hablar de la situación política, todo un hervidero de opiniones en un ambiente y un tono muy centroamericano. Cada quien conoce la verdadera versión, sabe los secretos mejor guardados, maneja a su propio sabor los chismes que se incuban en los mentideros, y tiene a mano el análisis correcto.
Los distintos criterios bullen de manera más animada porque recién han pasado las elecciones legislativas y municipales, y he podido pulsar en vivo lo que piensan de ellas tirios y troyanos. Para mi sorpresa nicaragüense, todos aceptan que se trató de unas elecciones libres, limpias y honestas, en las que los votos fueron contados a cabalidad y de manera transparente. Sin sombra de dudas.
El Tribunal Supremo Electoral está compuesto por representantes de los partidos políticos, como en Nicaragua, y su presidente actual es miembro del FMLN, antigua fuerza guerrillera, igual que el FSLN en mi país, ambas ahora en el poder. Pero ese hecho no ha quitado credibilidad a las elecciones. Allá nadie, me dicen mis amigos con unanimidad de criterio, se atrevería a meter papeletas marcadas en una urna antes de que se abran las votaciones, a falsificar un acta de una mesa, a manipular el sistema de transmisión de datos. ¿Y negar cédulas a los ciudadanos?, pregunto yo. Tampoco.