Sergio Ramírez
Bajo los auspicios del Consejo Nacional para la Cultura de México, y la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, se celebró este mes en la ciudad de México el Encuentro de Nuevos Cronistas de Indias. Estaban allí convocados periodistas y escritores que han hecho de la crónica un arte en todo los temas que uno puede avizorar, crimen organizado, narcotráfico, migraciones forzadas, vida urbana, marginación, prostitución, pandillas, fútbol, boxeo, la vida que palpita bajo los dedos que teclean y revelan a cada golpe esplendores y miserias.
La crónica encamina al periodismo en los albores de este incierto siglo veintiuno, y cuando uno examina la nómina de los convocados, más de setenta de España y América, islas y tierra firme, se da cuenta de que es, sobre todo, un oficio de jóvenes, y entre los jóvenes, no pocas mujeres que tienen sus mejores maestras en las figuras de Elena Poniatowska, la cronista ejemplar de la noche de Tlatelolco, o en Alma Guillermoprieto, mexicana también, o más recientemente en la argentina Leila Guerreiro.
Un viejo oficio, al que la crisis del periodismo abre nuevos espacios. En crisis no porque vaya a desaparecer, sino porque está cambiando, y lo viejo no acaba de morir, ni lo nuevo acaba de
nacer. Alguien de entre el público reunido en el Museo Nacional de Antropología e Historia, compuesto mayormente por estudiantes de periodismo, preguntó por qué el nombre de Cronistas de Indias para el encuentro, ¿se trataba acaso de una nostálgica evocación de lo rancio y de lo antiguo, en tiempos tan vertiginosos en los que los medios impresos desaparecen, como se acaba de anunciar que ocurrirá a fin de este mismo año con la revista Newsweek?