Sergio Ramírez
Alejandro Cossío es un fotógrafo como cualquier otro, que trabaja desde hace trece años para el semanario Zeta de la ciudad de Tijuana, y va con su cámara adonde la obligación del día lo lleve. A buscar la mejor jugada de un partido donde se enfrente el equipo de béisbol Los Potros, a cubrir un concierto de música norteña de los ídolos locales Los Tucanes, una exposición de pintura en el museo interactivo el Trompo, un mitin político en el Centro de Gobierno, y si es preciso, una boda elegante en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen.
O lo que más le ocupa en los últimos años: retratar una pila de cadáveres abandonados en un baldío, un cuerpo colgado de un puente urbano, en el cuello un rótulo de advertencia o amenaza de alguno de los carteles de la droga contra otro cartel enemigo, o contra la policía y el gobierno. Es lo que más abunda hoy en día en Tijuana, como en Ciudad Juárez, o en cualquiera otra ciudad fronteriza con los Estados Unidos. Cadáveres colgantes, decapitados, descuartizados, apilados en montones.
Le hemos entregado hace pocos días en Monterrey el Premio de Fotografía, uno de los galardones anuales que patrocinan Cemex y la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) creada por Gabriel García Márquez, por su serie de imágenes "México en el punto de quiebre", que tienen que ver con el horror del narcotráfico; y el título escogido por él para su colección premiada es más que elocuente: se ha llegado al punto en que el estado sobrevive, o sucumbe ante el embate constante de los carteles de la droga que buscan sustituir la autoridad legítima y hacerse con el poder en base al crimen y al miedo.