Sergio Ramírez
El socialismo del siglo veintiuno trae pocas novedades, porque parece más bien un viejo espejo de luna turbia, que repite las imágenes del siglo diecinueve, que es cuando aparecieron en el escenario latinoamericano los caudillos, derribando a sablazos los telones de la democracia. Y además de un juego de espejos, todo parece una representación teatral donde domina el absurdo que espanta y divierte a la vez, como ocurre en La Cantante Calva de Eugenio Ionesco, o en Dos Viejos Pánicos, de Virgilio Piñera.
Veamos, por ejemplo, las más recientes ocurrencias en Venezuela. La oposición al presidente Chávez gana por más de la mitad de los votos las elecciones para renovar la Asamblea Nacional, pero de antemano existe ya una ley que manda que el que pierde, gana, y así la mayoría de los asientos son adjudicados a los derrotados. Y antes de instalarse la nueva legislatura, con la mayoría convertida en minoría, la Asamblea saliente, que pertenece por unanimidad al presidente Chávez, emite una ley que habilita al Líder Supremo de la Patria a legislar por decreto en todas las materias de su gusto y antojo por espacio de año y medio, con lo que de un plumazo, o mejor, de un zarpazo, se arrebata a la Asamblea que aún no se ha instalado todas sus facultades. La cantante calva, se queda sin peluca.