
Sergio Ramírez
El idioma tiene usos que no pierden su filo, por mucho que se trate de términos más o menos olvidados. Y la liebre salta muchas veces de donde uno menos la espera, cuando se trata de convocar semejantes expresiones arcaicas desde el fondo del abismo. Es lo que ha ocurrido hace poco en Nicaragua con "hijo de casa" en boca del comandante Daniel Ortega.
"Hijo de casa" viene del lenguaje de la más rancia sociedad patriarcal. Es el humilde hijo del campo, que se criaba en la casa del patrón en la hacienda, y luego era trasladado, por su docilidad y buenas maneras, amén de su disposición al trabajo, a la casa del patrón en la ciudad, donde se encargaba de menesteres domésticos de confianza. Se hallaba un escalón más alto que la servidumbre, pero varios escalones más bajos que la familia en cuyo seno era acogido.
El "hijo de casa", si le iba bien, podía llegar a ejercer algún oficial menestral cuando se hacía adulto y debía salir de la casa del patriarca, para ser entonces barbero, ebanista o joyero. Y debía siempre contentarse con mirar de lejos a las hijas del patrón.
De modo que "hijo de casa" fue siempre un término ofensivo, y clasista, y lo sigue siendo las escasas veces que se usa, como lo hizo el comandante Ortega para ofender, y descalificar, a Edmundo Jarquín, adversario suyo desde las filas del sandinismo disidente, y candidato presidencial en la última campaña.