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El poder para siempre no existe

Por 29 de noviembre de 2017 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

En 1972 Oriana Fallaci logró entrevistar en su palacio amurallado al emperador Haile Selassie, quien se proclamaba descendiente de la reina de Saba y el rey Salomón. Al final ella le preguntó: "¿cómo mira a la muerte? El emperador, que tenía 80 años y le faltaban tres para morir, pareció no entender: "¿A qué? ¿A qué?". "A la muerte, Majestad", insistió ella. Y eso desbordó la paciencia del soberano: "¿La muerte? ¿La muerte? ¿Quién es esta mujer? ¿De dónde viene? ¿Que quiere de mí? ¡Fuera, basta!".
No cabía en su mente que su poder no estuviera ligado a la inmortalidad. Pero no fue siempre un hombre distraído de la realidad, porque en un tiempo se puso a la cabeza de la lucha en contra de las tropas de Mussolini que invadieron Etiopía. Y al final, depuesto por un golpe militar, no pudo imaginar la clase de muerte que tendría, estrangulado en su cama, y enterrado bajo el piso de un baño en su propio palacio imperial.

Me ha venido a la cabeza esta historia de alguien que desde su trono eterno se indigna cuando le hablan de la muerte, ante la caída del dictador de Zimbabue Robert Mugabe, gracias a otro golpe militar, tras su permanencia en la presidencia durante casi cuatro décadas. Mugabe, un tanto más práctico a sus 93 años, sí aceptaba que un día habría de morir, desde luego que escogió como su sucesora a su esposa Gracia Marufu, mucho más joven que él, y a quien la gente llamaba en secreto "Desgracia Marufu".

También, en lugar del título de Primera Dama, le daban el de "Primera Compradora", pues se escapaba a París o Londres en excursiones por las boutiques de lujo para hacerse de decenas de trajes y zapatos exclusivos. Dueña del monopolio de producción y distribución de los productos lácteos en el país, alegaba que sus gustos se los pagaba con su propio dinero.

La Universidad de Zimbabue le otorgó un doctorado, sin haber puesto nunca un pie en las aulas, siendo el propio Mugabe quien le colocó el birrete en la ceremonia de graduación. Ambiciosa y astuta, mientras su anciano marido se dormía en las reuniones de gabinete, ella iba tejiendo su propia urdimbre de poder.

Tal como Haile Selassie, Mugabe, líder guerrillero del Ejército de Liberación Nacional (ZANLA), condujo la lucha de su pueblo para librarse del régimen racista de la minoría blanca. Y de las penurias del combate pasó a la ruindad de la tiranía, el crimen, el fraude electoral, la corrupción y la opulencia, ya convertido en primer ministro, luego presidente, y al mismo tiempo jefe vitalicio del partido oficial, el ZANU-PF.

Nunca dejó de proclamarse socialista, en lucha abierta contra los demonios del capitalismo y el colonialismo. Pero su paraíso socialista no fue sino un infierno. A su caída reinan la pobreza y el desempleo, y la esperanza de vida es de apenas 56 años. Su pretendida reforma agraria destruyó la organización productiva, y sólo trajo escasez y desabastecimiento.

Cualquiera que lo criticara se convertía en traidor, algo que podía significar una orden de ejecución. Y también tenía a su servicio fuerzas paramilitares para asesinar disidentes. En 2008 perdió las elecciones ante su oponente Morgan Tsvangirai, y entonces proclamó que "solamente Dios" podía apartarlo de la presidencia. Dios a su servicio personal de católico practicante que comulgaba devotamente en la catedral de Harare.

Al celebrar sus 91 años, Gracia le organizó una fiesta para 20 mil invitados, que llenaron un estadio de futbol. Por supuesto, los empleados públicos debieron asistir obligatoriamente, bajo pena de despido, pagando su cuota. Se sirvió un menú de lomos de elefante, entrecotes de búfalo, piernas de impala y costillas de antílopes, todo un zoológico sobre las brasas. Por lo visto, la dentadura del anciano seguía sana.

Ahora todo ha terminado para la pareja. Mugabe destituyó al vicepresidente Emmerson Mnangagwa buscando dejarle libre el camino a su esposa, un paso en falso, y ahora lo tiene como su sucesor, con lo cual las sombras ominosas vuelven a cerrarse sobre el país, igual que tras la deposición de Hailie Selassie, cuando asumió el poder como dictador el coronel Mengistu, cabeza del golpe de estado. Mnangagwa, apodado "el cocodrilo" por la fama de su crueldad, fue jefe de espionaje de la guerrilla durante la lucha de independencia, y luego Ministro de Seguridad, y como tal, jefe de la policía secreta.

Pésima costumbre que tiene la historia de repetirse.

 

     

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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