
Sergio Ramírez
Sabemos de novelistas que han muerto por sus ideas políticas, víctimas de la represión totalitaria. O en un duelo, por causa de un lance de honor. Pero pocas veces tenemos noticias de alguno que haya sido asesinado como consecuencia de lo que relata en sus propias novelas. Víctima de su imaginación. O de sus revelaciones.
Georgi Stoev, un escritor búlgaro autor de novelas policíacas, fue asesinado de dos balazos en la cabeza hace pocos días por pistoleros que ni siquiera se tomaron el trabajo de cubrirse el rostro con máscaras, o pasamontañas, cuando salía de la cafetería del hotel Pliska en el centro de Sofía. La novela que le costó la vida se llama El padrino BG, (la verdadera historia de Madzho). Una pasada de cuentas al mejor estilo de la cosa nostra.
Pero no se trataba de un novelista cualquiera, sino que alguna vez había pertenecido a las redes de la mafia búlgara. En sus libros contaba secretos a los que tuvo acceso durante su temporada en el bajo mundo, y retrataba a personajes a los que conoció, con lo que, según las declaraciones de su editor, sabía que podían matarlo, pues andaban detrás de sus pasos. Es decir, fue muerto por sus propios personajes, a como hubiese ocurrido en las páginas de uno de sus libros.
Se cuidaba de ellos, de sus criaturas, y no pocas veces fue acusado de paranoico. Todo el que se cuida de los personajes que crea, y cree que pueden matarlo, corre ese riesgo de ser considerado una maniático, enfermo de delirio de persecución.
Hasta que uno de esos personajes sale de las páginas, y dispara.