Sergio Ramírez
Corea del Norte es el país de la perfecta coreografía. El único del mundo donde todos los ciudadanos, sin excepción, representan un papel en el tablado, cada quien actuando en una gran puesta escénica destinada a durar para siempre. Cada actor y cada actriz hacen el triste papel de vivir felices, y esa felicidad absoluta llega hasta las lágrimas cuando se evoca a la santísima trinidad compuesta por Kim Il- sung, su hijo Kim Yong-il, y el nieto actualmente reinante, Kim Yong-un, elevados a la categoría de deidades celestiales.
Un país de dos pisos. Arriba, el escenario de la eterna representación, donde la dinastía guiada por los tres astros está destinada a prolongarse sin fin; y debajo del tinglado el mundo subterráneo de las hambrunas que matan a centenares de miles, las cárceles secretas, los campos de concentración, los resortes del miedo que obligan a poner las caras sonrientes; todo un engranaje preciso e inflexible que asegura el sometimiento y el silencio. Y allí, bajo el escenario, están también los rehenes, esperando su turno de entrar en escena.
Es de este mundo subterráneo de donde salió en estado de coma, para ser repatriado "por razones humanitarias", el estudiante de la universidad de Virginia Otto Frederick Warmbier condenado a 15 años de trabajos forzados por tratar de "derrumbar los cimientos de la unidad" del reino de la felicidad.
¿Y cómo se proponía este muchacho de 22 años derrumbar esos cimientos? En febrero de 2016 las cámaras de circuito cerrado del hotel donde se alojaba en Pionyang, lo filmaron mientras arrancaba de la pared un cartel de propaganda política del régimen, para meterlo en su maleta y llevárselo como suvenir, pues partía al día siguiente.
Durante el juicio que se le siguió por crímenes contra el estado, el muchacho "confesó" que el hurto lo había cometido siguiendo instrucciones de la Iglesia Metodista Unida de Ohio, con el fin de "dañar la motivación y el trabajo del pueblo norcoreano", con el apoyo, por supuesto, de la CIA.
Si era descubierto en su intento desestabilizador, declaró, la Iglesia Metodista entregaría a sus padres la suma de 200.000 dólares como compensación, pues "sufrían graves dificultades económicas". Los padres, dicho sea de paso, pertenecen a la religión judía, no a la metodista cristiana, como el propio Otto fue también creyente judío.
El tribunal que lo condenó funciona arriba, en el escenario, y el juicio fue televisado. Que el reo no tuviera acceso a defensa legal, pareció irrelevante a quienes montaron el espectáculo. Y frente a sus jueces disfrazados de togas, Otto se convirtió en parte de la farsa colectiva, obligado a mentir, a lo mejor bajo la falsa promesa de que, mostrando arrepentimiento, sería puesto en libertad.
Pero debajo del tablado, tras la condena, lo que le esperaba era cumplir el papel de rehén hasta que se presentara la oportunidad de negociarlo a cambio de alguna concesión de parte de Estados Unidos. Pero esa oportunidad nunca llegó, debido al incremento de las tensiones entre Corea del Norte y Estados Unidos, y sus aliados de la región, ante la insistencia de Kim Yong-un en probar sus cohetes nucleares de largo alcance.
Que Otto era tratado como un rehén, el comunicado emitido por el gobierno de Corea del Norte tras su muerte, no lo oculta cuando dice: "Warmbier es una víctima de la política de paciencia estratégica de Obama, que se obcecó en la mayor hostilidad y negación contra la República Democrática Popular de Corea y rechazó mantener un diálogo con ella".
La luz radiante sigue alumbrando en el escenario los rostros de todo un pueblo que desborda de felicidad, según el guión, y daría gustoso la vida por Kim Yong-un, aficionado a algunos vicios occidentales como las discotecas, las actrices, los autos de carrera, la música hip-hop, el fútbol y el básquetbol, y quien mandó a asesinar en Malasia a su descarriado hermano mayor Kim Jong-nam, pues mantenerlo en el exilio no le fue suficiente.
Todo un prodigio Kim Yong-un, de acuerdo las biografías oficiales de lectura obligatoria en las escuelas y universidades del país más dichoso del mundo: "desde muy niño estuvo dotado de "una inteligencia asombrosa, un agudo poder de observación, una gran capacidad de análisis y una perspicacia extraordinaria, valiente y ambicioso, de pensamiento creativo, miraba cada problema con un ojo innovador pese a su tierna edad".
Mientras tanto, las tinieblas reinan, como siempre, en los subterráneos debajo del escenario.