
Sergio Ramírez
He estado en Guatemala para la Feria del Libro, y los comentarios más generalizados entre amigos y conocidos van a dar al asunto de la inseguridad que sigue campeando sobre el país como un ave de presa de garras sucias. Todos los días ocurren asesinatos que suelen ser ajusticiamientos, asaltos a mano armada, o secuestros, y a pesar de que el Gobierno del presidente Álvaro Colom tiene aún una vida muy corta, todo el mundo le reprocha que no haya hecho lo suficiente para detener la mano de quienes matan desde las sombras, y no pocos de los cuales, todo el mundo lo dice, pertenecen a las propias fuerzas de seguridad.
Las mafias enquistadas dentro de la policía, los políticos corruptos que aprovechan su inmunidad para cobrar cuentas, el poder de decidir sobre la vida de los demás que no ha perdido los narcotraficantes, los asesinos a sueldo que están disponibles a precios módicos, la evolución de las pandillas de los maras hacia verdaderas organizaciones criminales, todo eso no hace sino agudizar el clima de violencia que el país ha vivido a lo largo del último medio siglo, en el que los mejores fueron sacrificados, entre ellos Manuel Colom Argueta, tío del actual presidente, ametrallado por sicarios en una de las calles de la capital, sólo porque quería una Guatemala justa y democrática.
En los años setenta, mi amigo el pintor Luis Díaz ganó la Bienal Centroamericana de Pintura con un cuadro espléndido que se llamaba Guatebala, una gran alegoría del país al que los carteles turísticos llaman de la eterna primavera, y que otros parodian como de la eterna balacera…