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El mejor signo de identidad

Por 16 de diciembre de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

El pobre desarrollo político de los países centroamericanos, y la debilidad de sus instituciones, ha impedido a lo largo de la historia que cristalice un proyecto de integración sostenible. Tras la proclamación de la independencia en 1821 fracasó la República Federal Centroamericana en medio de una sucesión de guerras civiles, y los intentos posteriores de unidad no tuvieron mejor fortuna a lo largo del siglo veinte, como tampoco hay perspectivas de conseguirla en el presente siglo. Existen acuerdos de libre comercio y algunos de cooperación económica, pero los intereses políticos locales en cada una de las seis pequeñas parcelas que deberían ser una sola, continúan siendo más poderosos.

Se trata de una contradicción muy visible, pues son países que hablan una misma lengua y comparten una identidad cultural común; y esta contradicción sólo puede ser explicada por las manipulaciones provenientes de intereses ajenos a los de nuestras sociedades que comparten otro rasgos común, y es el de la profunda desigualdad social, con una inmensa mayoría de la población que vive en la pobreza y al margen del bienestar; mientras la riqueza sigue concentrada en muy pocas manos, con una clase media aún incipiente.

Pero hay un territorio común que escapa de los egoísmos locales, y es el de la creación literaria, capaz de romper barreras y presentarse como un genuino producto centroamericano de exportación. Mucho mejor que los caudillos corruptos, los políticos venales y los demagogos que hablan de una integración política que no existe más que en instituciones regionales de fachada, los escritores representan el verdadero rostro de Centroamérica, porque se expresan desde un espacio crítico de libertad, y no desde ninguna posición oficial, ideológica o corporativa.

Es desde esta perspectiva libre que nuestros escritores pueden enseñar lo que es el siglo veintiuno centroamericano, y relatar nuestra historia contemporánea desde la ficción, probando de nuevo que la novela, y la narrativa en general, son un vehículo eficaz para revelar el verdadero rostro de las sociedades, que, como las centroamericanas, se enfrentan a conflictos desgarradores y dramáticos, precisamente por el déficit de institucionalidad que arrastramos, y por los abismos de desigualdad en que vivimos.

El resultado es la violencia, que se expresa en la elevada tasa de homicidios y en los crímenes contra las mujeres; la corrupción que se convierte en una piel purulenta adherida al cuerpo de las instituciones; las pandillas criminales formadas por miles de jóvenes y adolescentes sin oportunidades de trabajo ni de educación; las bandas de narcotraficantes que utilizan el territorio centroamericano como puente de trasiego  de estupefacientes hacia México y Estados Unidos, mientras corrompen a funcionarios de gobierno, jueces y policías; la emigración constante de los más pobres en busca del sueño americano, sometidos a riesgos de muerte en su travesía por el territorio mexicano, donde son víctimas del crimen organizado que los secuestra y extorsiona, y si logran llegar a territorio de Estados Unidos, no pocos perecen en su travesía a través del desierto de Arizona, o mueren asfixiados dentro de vagones de ferrocarril, o de contenedores.

Como no vivimos en la Arcadia, la literatura tiene que hacerse cargo de relatar estas anormalidades de nuestra historia común, y los escritores nos convertimos en cronistas del presente al contar lo que desfila de manera incesante frente a nuestros ojos y no puede ser evadido. Nunca he creído en la literatura de tesis, que obliga a hacerse cargo de determinados temas. Hablo de una escogencia libre, que se convierte en Centroamérica en una tendencia debido al peso insoslayable de esos acontecimientos, que van a dar por igual al periodismo narrativo; y en no pocos escritores ambos géneros se juntan, y así vienen a resultar una nueva clase de escritura híbrida, entre la ficción y la crónica.

De esta manera, siendo un espejo lúcido e imaginativo, la literatura desborda las fronteras que dividen a los países centroamericanos, y es capaz de reflejar hacia el mundo lo que nos une; una literatura crítica, abierta y descarnada, que no está sujeta al soborno ni al silencio, y que desafía la autocensura y la hipocresía del discurso oficial.

En este sentido, nuestra literatura es nuestro mejor signo de identidad, el más eficaz y el más visible, como lo ha sido desde Rubén Darío y Miguel Angel Asturias, y como lo es hoy a través de Ernesto Cardenal, Rodrigo Rey Rosa, Horacio Castellanos Moya o Gioconda Belli, intérpretes imaginativos de esa realidad, igual que muchos otros escritores más jóvenes, que no se preguntan entre ellos si son costarricenses, o guatemaltecos, o salvadoreños. Saben que reflejan un mismo universo, el universo en que viven. Y saben que el oficio del escritor es contar lo que ve a través de las palabras, que en Centroamérica no pueden ser puestas sobre el papel sino con dolor.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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