Skip to main content
Blogs de autor

El círculo de tiza

Por 30 de abril de 2014 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

Embriagado por la gloria, el coronel Aureliano Buendía decidió que nadie podría acercársele a menos de tres metros de distancia, y sus edecanes trazaban a su alrededor un círculo de tiza que ninguno estaba autorizado a traspasar, ni siquiera su madre.

Dentro de ese círculo de tiza lo que hay es soledad absoluta, y no llegan hasta allí las voces de fuera porque el poder absoluto sólo tiene respuestas tajantes que no necesitan  preguntas. El caudillo, venga de la academia o del rango de los iletrados, busca convertir a las instituciones en meros decorados para imponer su voluntad única que termina siendo la razón de estado. Es la misma soledad sin ecos del dictador de El Otoño del patriarca, en toda su parafernalia arbitraria de desmanes.

Pero también es la soledad del poder con toda su cauda de miserias y derrotas, como en el último viaje de Bolívar hacia su muerte en El general en su laberinto, solo y ya sin gloria. García Márquez no eligió el resplandor épico del libertador cruzando una y otra vez los Andes a caballo, algo que de por sí entra en el reino de las exageraciones, sino el íntimo desastre del final de su vida sacrificada en vano.

Joseph Brodsky alega, refiriéndose a los escritores geniales del siglo veinte ruso, que "el talento no necesita historia".  En el caso de García Márquez sería una curiosa afirmación. En América Latina, la realidad es el sustrato de toda su literatura. Lo que él hizo como artista fue transferirla la historia a una dimensión diferente, tanto que a veces nos llega a parecer inverosímil, pero sin que deje nunca de ser esa misma realidad cuya materia ha sido transformada.

Cuando recibió el premio Nobel de Literatura en 1982, de la fantasía salta hacia el otro lado del abismo: el incendio del palacio de la Moneda y el sacrificio del presidente Allende, los dudosos accidentes de aviación en que perdieron la vida el presidente Jaime Roldós de Ecuador, y el general Omar Torrijos de Panamá.

El recuento se vuelve una elegía: "un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo".

Guerras, golpes de estado, cárceles y cementerios secretos, desaparecidos, recién nacidos secuestrados y dados en adopción clandestina. Es el recuento de una historia oscura desde las palabras iluminadas. América Latina se hallaba plagada aún en esos años ochenta de dictaduras militares que pronto deberían dejar paso a gobiernos civiles electos, surgían revoluciones como las de Nicaragua, que representaba una esperanza nueva, diferente al modelo de la revolución cubana que entraba en decadencia; la suya es una adhesión sentimental a la rebelión y la resistencia.

Y al mismo tiempo pide a los europeos recordar "que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos". Un reclamo en los tiempos de la guerra fría, cuando aún nadie vislumbraba el fin del mundo bipolar.

García Márquez venía de esa generación de latinoamericanos que había crecido bajo las dictaduras bananeras instauradas por Estados Unidos durante los años más álgidos de esa misma guerra fría, y entre sus palabras y la acción no había distancia. Un conspirador curtido, además, y fue en esa calidad que lo conocí, dispuesto a hacer todo lo que pudiera para lograr el derrocamiento de la familia Somoza. Un escritor comprometido, como decíamos ayer.

El relato del poder alcanza en su escritura esas dimensiones alucinantes que tan bien conocemos, y la realidad se vuelve la hija pródiga de la imaginación hasta desconcertarnos. Y a través de la ficción aprendemos que el poder, enquistado como está en las entretelas del corazón humano, es una bestia peligrosa que algunos logran domesticar y otros más bien azuzan dentro de sí mismos.

profile avatar

Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

Obras asociadas
Close Menu