
Sergio Ramírez
En su libro de ensayos personales Habanos en Camelot, el novelista William Styron, autor de las Confesiones de Nat Turner, recuerda su cercanía al entorno del presidente Kennedy, y cómo en la Casa Blanca se disfrutaba del aroma de los cigarros habanos, y los más gustados por el propio presidente eran los que venían de Cuba, seguramente de contrabando porque él mismo había prohibido su importación al imponer el embargo comercial a la isla, un embargo que dura desde entonces. Styron cuenta que conservó largo tiempo uno de esos cigarros Partagás, los más afamados del mundo, que Kennedy le regalo en su tubo plateado, y que no se fumó, en su recuerdo, sino el día en que lo asesinaron en Dallas.
¿Dónde conseguiría Kennedy aquellos cigarros prohibidos por decreto suyo? ¡Quién sería su proveedor secreto? Los fumaba también Fidel Castro, y eran ambos personajes muy similares, escribe Styron, separados por una feroz animosidad: "de todos los líderes mundiales, el hombre de Harvard y el marxista de La Habana eran de lo más parecido, temperamental e intelectualmente; se hubieran entendido muy bien probablemente, si no es porque la tormenta de la historia del siglo veinte y su extraño determinismo no los convierte en enemigos irreconciliables".
Y ya se sabe que nunca llegaron a fumar juntos el cigarro habano de la paz.