
Sergio Ramírez
Hubo un dictador en Haití, Francoise Duvalier, mejor conocido como "Papa Doc", un médico rural que se proclamó presidente vitalicio de Haití y, que al morir heredó el trono a su hijo, un adolescente de 300 libras de peso, "Baby Doc" Duvalier. Fríos asesinos ambos que mataron a miles en nombre del sacrosanto poder mantenido gracias a su banda de sicarios, los Tonton Macutes.
Papa Doc creía, o dejaba que se creyera, que él mismo era la encarnación del loa barón Samedi, el dios de la muerte del panteón vudú, que recorre de noche de los cementerios, siempre vestido de negro riguroso y de sombrero, como el mismo Papa Doc se vestía, y quien es fama celebraba ritos nocturnos con los cadáveres de sus enemigos.
A un militar antiguo aliado suyo, alzado en rebelión, una vez capturado ordenó cortarle la cabeza, que fue transportada hasta el Palacio Nacional conservada en hielo, y la colocó sobre su escritorio para hacerle consultas de ultratumba sobre el destino de su poder. Por eso es que sus enemigos, para contrarrestar su trato con los loas, desenterraron el cadáver de su padre, y lo cubrieron de excrementos.
Al salir de Haití, donde estuve una semana preparando un reportaje para la revista dominical de El País, descubrí en la sala de espera del aeropuerto de Puerto Príncipe a este personaje, y le pedí a Javier Sancho Mas que le tomara la foto que aquí pongo. Nadie me quita de la cabeza que se trata del mismo Papa Doc Duvalier, ubicuo e inmortal como el barón Samedi, siempre vestido de negro y calzado con su eterno sombrero de fieltro.