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De la cítara

Por 19 de octubre de 2016 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

La concesión del Premio Nobel de Literatura de este año a Bob Dylan ha turbado a muchos, porque la Academia sueca abre sus puertas a los cantantes de música popular. Ya había roto sus cánones tradicionales el año pasado, al premiar a la periodista Svetlana Alexievich, lo cual asombró también a no pocos, y quisiera empezar mis reflexiones por este rumbo, el periodismo como género literario, antes de entrar a las canciones, también como legítimo género literario.

La extrañeza vino en aquel caso de que no se premiaba una obra de ficción. La Academia dijo de Svetlana que "su obra polifónica es un monumento al valor y al sufrimiento de nuestro tiempo"; y esa obra, de verdad polifónica, está compuesta de páginas en las que se relatan verdades, reportajes maestros que no tienen nada que ver con la imaginación, como es regla en el periodismo.

Y ahora, las canciones. ¿Por qué un músico, un cantante pop, un rockero? Es como si el olimpo de los dioses de la literatura se rompiera a pedazos ante una profanación semejante. Pero la decisión no es el fruto de un capricho, ni de una provocación. La secretaria permanente de la Academia, Sara Danius, al anunciar el premio declaró algo que me parece fundamental: "Si miramos miles de años hacia atrás, descubrimos a Homero y a Safo. Escribieron textos poéticos hechos para ser escuchados e interpretados con instrumentos. Sucede lo mismo con Bob Dylan. Puede y debe ser leído".

Tampoco improvisa cuando dice que "Dylan es un gran poeta en la gran tradición de la lengua inglesa desde William Blake en adelante, un creador que ha mezclado la música popular del blues del Delta y el folclor de los Apalaches con el simbolismo de Rimbaud, además de reinventarse de forma continua y construir una nueva identidad".  Para muchos es una forma desconcertante de distinguir a la literatura de los Estados Unidos, ausente de los premios Nobel desde la extraordinaria novelista Toni Morrison, galardonada en 1993.

Y para que quedemos aún más claro de la seriedad de esta decisión, otro de los académicos, Per Watsberg, afirma que Dylan es "probablemente el más grande poeta vivo". Y estamos hablando de la misma entidad que en los últimos treinta años ha puesto en su lista de premiados a Joseph Brodsky, Octavio Paz, Derek Walcott, Seamus Heaney y Wisława Szymborska.

Ciertamente, la poesía, en sus origenes, fue cantada en los atrios, en las plazas y en los mercados, y sus versos relataban historias de héroes y dioses, viajes, batallas, amores y tragedias. Salman Rushdie, que permanece con justicia en las quinielas del Premio Nobel, dice que Bob Dylan "encarna la condición del aeda, esa figura fundamental de la cultura antigua griega que fundía en su persona poesía, música, baile, canto, teatro, artes plásticas".

Por siglos la poesía siguió siendo cantada, un cantor acompañándose de un instrumento de cuerdas, y por eso tiene un metro, un ritmo, una cadencia. Los bardos, juglares, trovadores, son los poetas errantes que seguirán cantando la poesía, creándola y recreándola. No tenían enfrente un micrófono, ni sus canciones se grababan en discos, pero quienes los escuchaban guardaban en la memoria letra y melodía y podían recordarlas y repetirlas. Música y poesía. Volvemos a lo mismo cuando oímos a Paco Ibáñez, a Joan Manuel Serrat o a Amancio Prada, cantar a los poetas que leemos a solas.

Y es aquí adonde quería llegar. Aunque con ruidos disonantes, las puertas de la legitimidad poética se abren con esta decisión a la poesía popular cantada en todos los idiomas. Las letras de las canciones que lo merezcan, empezarán a entrar en las antologías de poesía, como debe ser. El Premio Nobel para Bob Dylan ayudará a borrar ese doble rasero que hipócritamente hemos inventado, el de exaltar la poesía escrita y despreciar la poesía cantada, tangos, boleros y baladas,  aunque nos conmueva y lloremos al oírla.

Ya Jorge Luis Borges nos había enseñado que no debe ser así. Escribió letras de milongas a las que Astor Piazzola puso la música. Hay poesías de Rubén Darío que pueden ser cantadas como tangos, o como boleros, pues tienen la medida justa para eso.

En adelante debemos hablar de las poesías de José Alfredo Jiménez y de Alfredo Le Pera, de Homero Expósito y Álvaro Carrillo. Es un largo viaje a través de los milenios, de la cítara a la guitarra. Por primera vez, un rapsoda recibirá el Premio Nobel con la guitarra en bandolera.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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