Sergio Ramírez
Cuando se la ve en los mapas, Centroamérica no parece ser sino un paisaje de selvas y volcanes que alternan sus erupciones, un territorio sacudido por terremotos y huracanes que alteran el paisaje; y desde la independencia en el siglo diecinueve, y a lo largo del siglo veinte, nuestra marca fueron las disensiones políticas resueltas en asonadas y golpes militares, la plaga endémica de las dictaduras militares, las revoluciones, y por fin la paz negociada. Un rostro siempre velado por el humo de la pólvora.
¿Pero cuál es verdaderamente ese rostro? Uno y distinto, varios rostros en uno, una identidad que a veces parece contradictoria, pero que existe quizás precisamente por eso, porque no se deja ganar por la homogeneidad. Un rostro fragmentado, difícil de apreciar en su conjunto porque aún estamos lejos de la integración política que se frustró después de la independencia.
Puestos juntos, nuestros países alcanzan casi los 50 millones de habitantes en una superficie de más de medio millón de kilómetros cuadrados, con una economía que crece en términos macro, pero en nuestra realidad cotidiana siguen abiertos los grandes abismos de desigualdad social, y padecemos de déficits notables, el primero el de la educación; hemos visto avances en el funcionamiento del sistema democrático, aunque penosos en algunos países. Una lucha entre autoritarismo e institucionalidad que aún se sigue librando.
¿Por qué saltamos a veces a las primeras planas? Porque habiendo sido puente de pueblos y puente ecológico, Centroamérica lo es hoy del tráfico de drogas. Porque las pandillas juveniles, convertidas en organizaciones criminales, se han adueñado de no pocas ciudades. Porque los más pobres siguen huyendo de la miseria y de la violencia hacia el norte, en busca del perverso sueño americano, un camino señalado por el riesgo constante de la muerte. Uno y varios rostros.
Pero tenemos otro, el de la cultura, que debemos buscar como superponer a los demás. Quizás es nuestro mejor rostro, un rostro para enseñar. El rostro de la invención que hunde sus raíces en nuestra realidad dramática, y la transforma y la ilumina. De alguna manera, la literatura nos redime y deja que se revele esa identidad tantas veces escondida.
Este mes vamos a mostrar ese rostro, al celebrar por tercera vez en Nicaragua el encuentro anual Centroamérica Cuenta. Se trata de un espacio abierto a los narradores, sobre todos los más jóvenes, que ya entrado el siglo veintiuno se multiplican en nuestros países, desafiando la primacía que hasta ahora ha tenido la poesía. Son quienes nos cuentan las historias que vivimos, y que padecemos, y se convierten en los cronistas de nuestro mundo contemporáneo. Sin ellos, nuestro rostro, o nuestros rostros serían más difusos.
Más de cincuenta escritores provenientes de todos los países centroamericanos, y otros que llegarán invitados de Alemania, España, Holanda, Italia, Francia, México, Colombia y Puerto Rico, se darán cita entre el 18 y el 23 de mayo en las ciudades de Managua y León, para participar en un intenso programa de talleres, mesas redondas, lecturas, charlas, representaciones teatrales y musicales, en diferentes escenarios que incluyen centros culturales, universidades y colegios de secundaria.
El encuentro de este año se desarrollará bajo el lema PALABRAS EN LIBERTAD, porque queremos hacer énfasis en la libertad de expresión en todos sus ámbitos, un tema que se discutirá a fondo en diversas mesas. La libertad de palabra y de creación frente a cualquier clase de poder, empezando por el poder político; y Centroamérica Cuenta será un homenaje a Charlie Hebdo, en defensa del humor como uno de los pilares de esa libertad de expresión. Este acto de barbarie nunca debe pasar al olvido. La intransigencia criminal que nace del fanatismo es una amenaza sobre las cabezas de quienes creen en el poder liberador del periodismo, el arte y la escritura, y nunca deberemos tolerar que se prohíba la risa.
También Centroamérica Cuenta será un homenaje a Ernesto Cardenal en sus noventa años, el escritor nicaragüense reconocido como uno de los grandes poetas de la lengua, y quien sigue escribiendo sin tregua; autor también de un cuento magistral, El Sueco, infaltable en cualquier antología centroamericana.
Soy un convencido empecinado de que Centroamérica existe, o de que al menos es posible. En estos albores inciertos del siglo veintiuno, la hora de Centroamérica es la cultura, la hora en que debemos poner todos nuestros relojes. Esa es la razón por la que nos reunimos en Centroamérica cuenta. Se trata de abrir puertas a la cultura, hacia afuera y hacia dentro.
Como centroamericanos debemos interrogarnos acerca de lo que somos y de nuestro destino latinoamericano, lo mismo que acerca de nuestro destino en la lengua que hablamos. La lengua es también una patria que no tiene fronteras, ese territorio inconmensurable de la Mancha que dejó en nuestros mapas Carlos Fuentes.
Queremos ver y ser vistos. Cómo nos ven y cómo vemos a los demás. Comparar notas acerca de nuestras realidades y las formas de escribirla y describirla. Aprender de los demás, y enseñar a los demás lo que somos. Al fin y al cabo, todos somos hijos de la imaginación.