Sergio Ramírez
La primera de ellas es que una ciudad está formada por capas, como en la pintura, y que buscar como separarlas, y entrar en su realidad cotidiana, puede tomar toda una vida, sin haber logrado raspar más que la primera capa.
Vine a Bogotá la primera vez en 1965, cuando trabaja para el Consejo Superior Universitario Centroamericano, y debía discutir un convenio de cooperación con las autoridades de la Universidad de los Andes. Mi recuerdo va a dar al campus de esa universidad en una hondonada de intenso verdor, y a la figura de Antonio Montaña que recogía sus papeles, terminada su clase. Me obsequió entonces su hermoso libro de cuentos Cuando termine la lluvia, y nunca volví a saber de él hasta ahora que alguien me dice que ha muerto.
La gente andaba por las calles de gruesos abrigos largos y sombreros de fieltro, los vendedores de la lotería de Cundinamarca asediaban a los viandantes, los ladrones huían cargando las cajas registradoras de los almacenes, y gracias al tipo de cambio enloquecido, se podían comprar barato las esmeraldas, los trajes de casimir en las sastrerías elegantes, o una pila de libros en la inmensa librería Bucholz, como yo le hice con todos los tomos en cuarto mayor de En busca del tiempo perdido, traducción de Pedro Salinas.
Bogotá se parecía aún a aquella que fue estremecida por el "bogotazo", cuando se desató la violencia en las calles tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948. Mario Jursich me cuenta del descubrimiento de un verdadero tesoro: decenas de fotografías inéditas sobre aquellos sucesos tomadas por Luis Alberto Gaitán, "Lunga", quien trabajaba para el periódico Jornada, y era, además, músico y campeón de maratones.
Con motivo del aniversario del "bogotazo", el Fondo de Cultura Económica va a publicar, bajo el cuidado de Mario, un libro de estas fotografías, que incluirá una memorable: la multitud que arrastra por la carrera séptima, en dirección al palacio de Nariño, el cadáver de Juan Roa Sierra, el supuesto autor del disparo mortal contra Gaitán que prendió en llamas no solo a la capital, sino a la historia de Colombia por décadas.
Como también me toca otra jornada en el Gimnasio Moderno, su rector, el doctor Victor Alberto Gómez, me recuerda que a esos recintos se trasladaron las sesiones de la IX Conferencia Panamericana desde el Capitolio Nacional cuando estalló el "bogotazo". Allí, mientras crepitaba el fuego y sonaban los balazos en el centro de Bogotá, se creó la OEA, en los inicios de la guerra fría, cuando los gobiernos americanos cerraron filas alrededor de Estados Unidos.
Habían pasado menos de veinte años desde el "bogotazo" la primera vez que desembarqué en el aeropuerto El Dorado, y Bogotá era no sólo la misma que había vivido aquellos días trágicos, sino también, yendo más atrás, la ciudad lúgubre de lluvias persistentes cercada por el tañido de las campanas que Gabriel García Márquez describe en Cien años de soledad. Y él estuvo allí ese 9 de abril, y presenció los hechos, como también estuvo por aparte Fidel Castro, muy joven aún, quien había llegado para entrevistarse con Gaitán.
Regresé más de una década después, en octubre de 1977, cuando iba en busca de García Márquez, a quien encontré en los estudios de la RTI porque Jorge Alí Triana estaba filmando una serie de televisión basada en La mala hora, y Gabo la supervisaba de cerca. Fue entonces cuando nos conocimos.
Yo llegaba a proponerle que fuera a convencer al presidente Carlos Andrés Pérez que diera reconocimiento diplomático al gobierno provisional que el mes siguiente instalaríamos en algún lugar de Nicaragua liberado por la guerrilla sandinista. Le dije que teníamos más de mil combatientes listos, y entusiasta conspirador que era, al día siguiente tomó un avión a Caracas, dispuesto a cumplir con la encomienda.
El gobierno no se instaló entonces, porque la operación militar fracasó, pero sí menos de dos años después. Luego, ya la revolución triunfante, y él huésped oficial en Nicaragua, me reclamaría mi exageración de entonces, porque llegó a averiguar que no eran ni sesenta los combatientes. Un reclamo injusto, le respondí, viniendo de él, el rey de las exageraciones.