Sergio Ramírez
En una carta de amor que parece más bien escrita por un adolescente timorato, que empieza a balbucear en la poesía, Rubén Darío escribe a Amado Nervo el 2 de septiembre de 1908:
"Mi caro amigo…y más!
poeta y trovador
a ti dedico con ardor
mis minutos de solaz…"
Sólo dan ganas de agregar: "¿quién da más?", para completar la rima ramplona.
Esa misiva sentimental, o billete amoroso, como se decía entonces, no es la única, y todas ellas, aunque se trata de una correspondencia supuestamente secreta, pues los amores entre dos hombres, y famosos en su tiempo, tenían que ser necesariamente clandestinos, llevan no sólo la firma, sino la dirección del remitente, en este caso que cito la calle Serrano 27 de Madrid, siendo entonces Darío embajador de Nicaragua, y Nervo secretario de la legación de México. Nada de seudónimos, nada de iniciales. Nada que se parezca a una conspiración entre amantes. Nada de estremecedores poemas oscuros, como los de Lorca. En cambio, atroces faltas gramaticales: "porque quiera el mundo/o no quiera/ yo, jamás
a ti olvidaré!"