Rafael Argullol
Rafael Argullol: El arte ya no recoge solo la dignidad o el honor de la vida efímera, sino que tiene que preocuparse también por recoger las expectativas, ilusiones, esperanzas y quimeras de una vida nueva, de otra vida, de una metempsicosis, de un retorno al mundo de las ideas como lo dice Platón.
Delfín Agudelo: ¿Y cuál fue, entonces, el efecto?
R.A.: Cambiaron por completo las expectativas de ese gran documento de la vida del hombre que es el arte. Si nosotros ya no solo en Grecia estudiamos las repercusiones de las concepciones en los documentos del arte, nos daremos cuenta de que sus intereses y actitudes varían en relación a esto. No es lo mismo el monopolio de la inmortalidad a través de la memoria, que es el caso de la épica homérica, que un arte como la Divina comedia de Dante, en el cual hay una clara afirmación de la existencia de un mundo interior. En la Divina Comedia la inmortalidad no viene tanto a través de la memoria y de los hechos pasados sino de encontrar un paraíso interior. Como lo dice bien en la comedia y muchos documentos todo el mundo cristiano medieval. Pienso que la tragedia está colocada justo en el momento en que lo que era esa concepción homérica o clásica, antigua, y que se concretaba en la idea del arte hijo de Mnemosina, hijo de la memoria, como vehículo de la inmortalidad, pasa a una nueva concepción en que el arte tendrá que tener en cuenta las expectativas de futuro de nueva o nuevas vidas, o las expectativas en que la parte espiritual del hombre sea mucho más importante que la cultura. En el caso de los pitagóricos y el último Platón desatan con toda su fuerza y luego tendrán tanta influencia. Evidentemente después de la tragedia, en el siglo IX a.C., el hecho de que se rompa el mundo de las polis griegas y se dé lugar al cosmopolitismo alejandrino, al cosmopolitismo helenista, aún va a provocar una mayor atomización de las concepciones de muerte, y diría yo una función mucho más multilateral del arte como documento.