
Eder. Óleo de Irene Gracia
Rafael Argullol
Vidal-Folch abre su libro con una travesía inquietante: la que une el monumento a Verdaguer en el cruce entre la Diagonal y el paseo de Sant Joan y la pintura de Arnold Böcklin La isla de los muertos. Confieso que durante años yo también había estado atraído por esta travesía, aunque sin conocer las pruebas que aporta Vidal-Folch. Éste explica muy bien, además, el singular poder rememorador de dicha pintura, célebre en su momento e incluso tristemente célebre por ser una de las favoritas de Hitler. Esta obra sombría y melancólica ha logrado suscitar extrañas obsesiones, como la del prócer granadino Rodríguez Acosta, quien dedicó años a construir, entre madreselvas y afilados cipreses, una atmósfera semejante a la del cuadro de Böcklin en su carmen de la Alhambra. Y no han faltado, desde luego, los paisajes que han sido presentados como su fuente de inspiración: desde el lago Lemán, en Suiza, hasta la bahía de Kotor, en Montenegro.
Todo un laberinto de evocaciones en el que, de acuerdo con Vidal-Folch, uno puede penetrar a partir de la contaminada columna desde la que nos vigila Mossèn Cinto.
El País, 30/05/2009