
Eder. Óleo de Irene Gracia
Rafael Argullol
Rafael Argullol: Es muy probable que los movimientos metropolitanos de los años sesenta, con la fecha emblemática de mayo del 68, fueran en realidad uno de los últimos movimientos en que se intentó identificar ciudad-cultura, creación de civilización-utopía, etc., y que del último tercio del siglo XX haya ido viviendo una agonía de esta identificación, al mismo tiempo que se iba reforzando la red de comunicación universal.
Delfín Agudelo: Esta evolución de la identidad de una ciudad es de las maneras más certeras de analizar cualquier época, y todavía más en un pasado más reciente, como puede ser desde 1830 hasta nuestros días. El flâneur o paseante surge, entre otras cosas, ya que el individuo necesita reconocer la ciudad que ha cambiado o que está en constante cambio, como se puede ver en el poema "Le cygne" de Baudelaire: es mediante su atravesamiento que se logra su conquista, y así adquirir, de alguna manera, un sentido de pertenencia. Pero en el caso del flâneur es una conquista falsa, porque jamás logra conquistarla, es ella quien lo conquista a él en el capitalismo naciente, en las cadenas, como recuerda Benjamin: el flâneur ya no se pierde en las calles, sino en los grandes centros comerciales. En China o Estados Unidos está el centro comercial más grande del mundo. Me cuesta imaginarlo porque precisamente lo imagino como una ciudad, que es, pasando desde el pasaje parisino donde se exhibió por primera vez la mercancía, a hablar ya "del más grande del mundo".
R. A.: Yo hace ya bastantes años escribí un texto que era también un pequeño homenaje a Edgar Allan Poe, que se llamaba "La ciudad Maelstrom". Partía del ejemplo concreto que me había impresionado mucho en aquel momento, en Atlanta, Estados Unidos, pero también reflexionando en torno a la evolución de la metrópolis. Me llamó la atención que esta ciudad, con un clima excelente, que invitaba al paseo y al aire libre, había organizado la trama urbana de manera que había micrópolis cerradas, confinadas alrededor de grandes centros comerciales que incluían torres, restaurantes, cines, etc. Esas distintas micrópolis estaban cuarteadas por autopistas urbanas. Entonces te encontrabas que una ciudad apta para hacer una vida al aire libre prácticamente diez u once meses al año, se sumergía en estos gigantescos sótanos micropolitanos, allí metía todo, y comunicaba esas distintas islas a través de autopistas urbanas que no dejaban de ser medios de comunicación e incomunicación, porque también servía para tener separados y escindidos barrios o fragmentos de la ciudad no deseable.
Eso es lo que ocurre con nuestras megápolis: nos organizamos en islas cuarteadas a través de islas urbanas, y así tenemos un fuerte armazón de discriminación social entre los distintos grupos que pueblan la ciudad. Lo que de Atlanta en aquél momento me pareció muy llamativo, negativamente llamativo, luego se ha convertido en un modelo universal que lo he visto reproducir y dibujar en todos los continentes. Y en unas estructuras de este tipo, la importantísima figura para la literatura, para la cultura, para la ciencia y para el espíritu, que ha sido el paseante, entra en una crisis casi irreducible. Casi podría decir que he sentido en carne propia ese cambio, y he procurado vivir siempre en el centro de la ciudad porque el paseo urbano para mí es algo extraordinariamente importante porque soy alguien nacido en la ciudad, que mis padres y abuelos también eran de la ciudad, así que tengo una mentalidad muy urbana. Por eso el paseo urbano era básico como territorio del descubrimiento y debo reconocer que en los últimos años el paseo se está convirtiendo físicamente imposible.