Rafael Argullol
Rafael Argullol: De manera que cuando uno se casa o encuentra una pareja, puede ser susceptible de ser medicado, asegurando en cierto modo la fidelidad.
Delfín Agudelo: Al igual que la idea de la vejez como sinónimo de sabiduría y senectud, y cómo al decir que es una enfermedad se está desbaratando una forma de pensamiento, me parece que en este caso sería tener un fármaco para evitar algo que siempre ha simbolizado la tentación, casi en terreno religioso y moral: lo químico a la orden de lo moral.
R.A.: Bueno, es el fármaco imposible. Es la maravilla del fármaco imposible. En el terreno brutal, el fármaco contra la infidelidad fue inventado hace milenios, por ejemplo en los harenes: se castraba al eunuco que guardaba al harén para que éste no fuera infiel. Ahora bien, esto funcionó hasta que se descubrió que los eunucos desarrollaban una sexualidad paralela, aunque no fuera la habitual, muy rica. Se vincula además el pensamiento de que el fármaco tiene que actuar donde no actúa el cuerpo. En ese sentido deberíamos preguntar si ese fármaco hipotético actúa en nuestras acciones o también en nuestras omisiones: si actúa en el terreno del pensamiento. Por tanto lo que sucede es que hay actualmente, como en tantos otros campos, se intenta vender como píldora, como fast-food, lo que durante muchos años ha sido fruto de la complejidad cultural, espiritual y anímica del hombre. Eso sin tener en cuenta el factor que me parece básico: el que evidentemente la poligamia que pueda tener el ser humano -especialmente, según esta noticia, los machos más que las hembras- procede en gran parte de nuestro componente animal, que me atrevería a decir que es el 99% de nuestra proporción. Sólo un uno por ciento es cultural; el resto es evidentemente natural animal. Eso nos vincula más bien a nuestro afines mamíferos superiores, los cuales como sabemos muy bien tienen una cierta tendencia a la poligamia y a la infidelidad en sus relaciones eróticas y sexuales.