
Eder. Óleo de Irene Gracia
Rafael Argullol
Rafael Argullol: Muchísimos de los artistas y escritores que han indagado en el mal ha sido precisamente a partir de la preocupación de construir un bien sujeto al dictamen religioso, moralista, puritano del significado del bien.
Delfín Agudelo: ¿En esa medida piensas que la línea que separa la bondad de la maldad es bastante difusa? Es un dualismo en la medida en que a través de la bondad se demuestra la maldad, y al revés. Hay un punto en que se desaparece, como le sucede al personaje de Good
R.A.: Para mí personalmente sí, y sé que esto puede ser polémico. Desde hace muchos años no me identifico de manera abierta con ninguna legislación positiva ni de una religión ni de un sistema político. Eso no quiere decir que como ciudadano no tenga que respetar las leyes de la sociedad en la que estoy; sin embargo, en mi fuero interno, no creo que haya una frontera clara entre bondad y maldad en estas leyes, de la misma manera que no creo en las leyes dictadas por las distintas religiones. Por ejemplo: puedo comprender los diez mandamientos propuestos en la religión cristiana -el Decálogo-, y puedo entender de dónde surgen, pero no necesariamente su aplicación, aun cuando desde mi punto de vista ético lo respeto. Otro ejemplo: puedo entender el Código Penal español, tal como dictan las leyes es el código penal. Puedo entenderlo, pero en muchos casos yo discrepo que eso sea una auténtica aplicación del bien y del mal.
Cuando uno parte de la idea de que la idea de la construcción ética es puramente personal, a la fuerza haya una especie de territorio difuso entre la bondad y la maldad. Por eso siempre manifiesto que mi gran escuela de formación ética no ha sido ni una religión ni un código civil de ningún país, sino que ha sido la tragedia griega, porque para mí fue la manifestación mental, intelectual -no hace falta ni definirla como género artístico- que a mi modo de ver mejor ha comprendido ese carácter difuso de los territorios que separan el bien y el mal pero que sin embargo ha aceptado el respeto a lo que han sido las leyes positivas de la ciudad o las leyes que comparten los hombres. Una cosa es que comparta contigo o con una tercera persona un consenso acerca de lo que hay o no que hacer, pero eso no es lo que dictamina lo que es éticamente o no malo, porque esto es lo que yo voy construyendo. Otro ejemplo: soy una persona que sueño mucho, quizás porque en las noches no duermo compactamente ocho horas, pero tengo una gran capacidad para soñar que considero un poco alarmante. Pero al soñar a mí se me presenta como vida real más transgresiones que los códigos religiosos y civiles y políticos considerarían verdaderamente dignas de castigo, pero no por eso forman parte de mis opciones libres, así sean estas opciones libres en el mundo onírico, y que yo considero mías. En eso no soy un hipócrita que considero que no soy responsable de mis sueños, puesto que son una extensión de mi vida de vigilia y soy responsable de todas las barbaridades que uno puede hacer en el terreno de las pasiones, en el terreno erótico, en el terreno de la violencia y fantasía e incluso en el terreno de la poesía. En el mundo del sueño eres profundamente responsable, quizás aún más responsable de lo que eres en el terreno de la vigilia.