Rafael Argullol
El otro día leí que una escultura de Giacometti se había vendido por 74 millones de euros, la obra de arte más cara jamás subastada. ¡Qué gran noticia y qué historia tan pobre! Apenas quedaba rastro alguno del primer impulso que había rodeado la construcción de El hombre que camina I por parte de Giacometti. Ni el lector esforzado aspira a la captura de una emoción, que no sea puramente mercantil, en aquellos párrafos en los que, entre una danza de millones, el escultor suizo y Picasso compiten como caballos de carreras en busca del mayor premio monetario.
El mismo día, el periódico traía una noticia relacionada con el arte de mayores posibilidades para el lector imaginativo: la compra por parte del MNAC del cuadro de Marià Fortuny Carmen Bastián. Se indicaba que la obra era "eróticamente transgresora", ya que la gitana adolescente aparecía con la falda arrebujada en el regazo, de manera que su sexo quedaba al descubierto. Se añadían datos sobre la muchacha: tenía 15 años cuando fue modelo de Fortuny en su Granada natal y, al parecer, se suicidó bajo la presión de su familia.
La noticia, el fósil, no daba para más, pero permitía levantar el vuelo de la imaginación hacia la historia. ¿Qué sintió Fortuny, dos años antes de morir, ante ese cuerpo desnudo y esa mirada sombría y enigmática? ¿Qué sintió Carmen Bastián, también destinada a morir pronto, exhibiendo su desnudez ante el pintor? Lo que sintieron no lo encontraremos recogido en ninguna noticia.
El País, 13/02/2010