Javier Rioyo
Lo sublime es vecino del kitsch. Lo más emocionante, profundo y luminoso se puede encontrar al lado de lo ordinario, soez y oscuro. He estado dos días en Cuenca. Dos días del principio de eso que llaman los católicos Semana Santa. Siempre que puedo me escapo por dos o tres razones. La música, la ciudad y su misterioso paisaje y las gentes. También está la barra de "La Ponderosa" y algunas otras paradas paganas y festivas.
El viernes comenzó la Semana de Música Religiosa- una de las excusas para acercarse a la ciudad mejor colgada desde hace más de cuarenta años- con una de las obras mayores de la música. La "gran misa católica" de Juan Sebastián Bach, un compositor luterano, gran comilón y muy aficionado al sexo en familia. Una misa de la que gozamos los que no somos ni católicos, ni luteranos. Una misa abierta para los que quieran entrar. El gran barroco, musicólogo, poeta y Cubano que no tuvo que soportar el castrismo, el escritor Alejo Carpentier en "La consagración de la primavera", escribió :"…y sobre todo, la Misa en si de Juan Sebastián Bach, cuyo segundo kirie es acaso, para mí, una de las pocas cosas en el mundo que puedan merecer totalmente el peligroso calificativo de sublime". Yo soy más concesivo, también me parecen sublime otras partes, "credo" incluido.
Así con el coro "The sixteen", maravillosos interpretes polifónicos ingleses, dirigidos por su fundador Harry Cristophers, comenzó la semana de música. Estuvo bastante bien, mejor en los coros que en el canto individual. Después de la misa nos fuimos a los pecados. A la mañana siguiente, Domingo de Ramos, ¡y yo sin estrenar ni unos calcetines!, volvimos a la iglesia. A la maravillosa iglesia de la Merced. En una plaza que es la perfecta contradicción, el enfrenamiento ancestral, la misma plaza por dónde vivieron judíos, moros y cristianos no domesticados de la ciudad. La plaza dónde conviven los recuerdos del antiguo seminario- cerrado por crisis de vocaciones- y el renovado museo de la ciencia. Las sombras y las luces. Una inquietante pareja. Salimos de nuestra segunda misa cantada, de las letanías, de las salves y las rosas místicas que también se compusieron para la Virgen en la Nueva España. Era el conjunto Ars Longa, cubanos, jóvenes y llenos de gracia y pasión musical. Otro placer para los sentidos, para los oídos. Lo malo, como con la misa de Bach, es traducir o entender lo que están cantando. Todo, casi todo, sometimiento y mentira. Valle de lágrimas, virgos potentísimos, vírgenes prudentísimas, corderos que quitan los pecados, resurrecciones de muertos, dioses solos, hombres temerosos, culpables, afligidos, sometidos, humillados, engañados. ¡Qué hermosas músicas para poner paganas letras!
A la salida, el feísmo. La plaza Mayor tomada por fanáticos con palmas, con gritos de "¡Jesús, Jesús, Jesús!", como el que grita Maradona, Franco o Miguel Bosé. Entre el esperpento y el disparate. Después del paso de las imágenes en burro, de las vírgenes llenas de oro y brillantes, llega el momento de la expansión. Y todos se ponen a la cerveza, a los vinos, a los panes y a los corderos, asados. Por supuesto.
Mañana tengo que hablar de Jesús, los cristianos y los otros. Me voy a Segovia que también hay sacrificios, procesiones, sombras y luces. ¡Que país, Miquelarena!