Rafael Argullol

Delfín Agudelo: Te refieres sin duda al gran Werther de Goethe.
R.A.: Sí, me refiero al personaje que popularizó a Goethe en toda Europa, un personaje que cuando leí por primera vez me resultó conmovedor; después tuve una sensación de rechazo frente a él muy considerable; y ahora lo contemplo a través de una suerte de claroscuro que también me sucede con Hamlet- no sé por qué en mi caso tengo muy asociados a Werther y Hamlet quizás como protagonistas de vertientes distintas de ese perfil del adolescente perpetuo frente al cual tengo considerable rechazo. Sin embargo en el caso de Werther, hay algo más perfilado. Es decir, por un lado me parece muy impactante la aventura construida por parte de Goethe: logró realmente crear un prototipo que llevó a causar furor en su época, incluso llegó a determinar modas de su época. Estas modas se dieron en el sentido superficial e incluso en el sentido más patético: tantos jóvenes comenzaron a vestirse con el chaleco y las botas de Werther; en el sentido patético ningún otro personaje ha inspirado tantos suicidios como inspiró Werther en toda Europa. Por tanto como personaje literario es contradictorio y poderoso. Lo que tengo quizá de más aprensión respecto al personaje Werther, su herencia, su recepción, es que de alguna manera Werther abre las puertas a un sentimentalismo y a un emocionalismo que teñirán la literatura europea del siglo XIX, y eso a mí a veces me parece muy negativo. De la misma manera que tanto Werther como Madame Bovary son personajes fabulosos, el wertherianismo y el bovarismo me parecen por lo general execrables.