Rafael Argullol

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he vislumbrado el espectro del injustamente tratado Salieri.
Delfín Agudelo: ¿Te refieres al personaje de la película Amadeus de Milos Forman?
R.A.: Me refiero a un personaje que ha hecho famosa a esa película, pero también me refiero a un personaje que desde muy pronto sufre una extraña deriva en la literatura europea. Ya muy tempranamente un escritor tan importante como Pushkin se hace eco en una leyenda, en una obra que se llama Mozart y Salir, que empezó a circular por Europa según la cual Salieri había envenenado a Mozart por envidia, leyenda que a veces iba acompañada por la sub-leyenda de que era el propio Salieri quien había encargado el Réquiem a Mozart porque quería apoderarse de su música. Esto es lo que recoge Forman en su película; pero a mí Salieri, como reconocerá cualquier melómano que le guste la música de finales del XVIII y comienzos del XIX, me parece un músico notable, a años luz de la genialidad de Mozart, pero aún así notable. Me llama la atención en la película- y creo que es lo que está mejor tratado- esa especie de juego de dependencias que se crea entre el genio supuestamente dotado por la gracia -en el sentido que Schiller hablaba de la gracia, que es una especie de creatividad inocente- y por otro lado el hombre que sin tener ese talento, sin tener esa gracia a través de su esfuerzo, trabajo e intrigas de sus energías, intenta equipararse al genio. El juego entre esas dos personalidades ya Pushkin lo recoge muy bien, y también Forman en la película. Ahí nos encontramos esa interpretación de Salieri que mira a la criatura envidiada, pero la mira casi como una mirada fraternal, una mirada en la cual quisiera absorber los jugos creadores que se le escapan. Creo que hay algo no en el Salieri histórico sino en el recreado tanto por Pushkin como Forman de entrañable: es el hombre que a pesar de que llega a hacer todo su esfuerzo nunca llegará a rozar la suela de los zapatos de Mozart. Es un auténtico drama de la creatividad pero en cierto modo merece un respeto. Naturalmente esos personajes como Salieri acaban de alcanzar el respeto supremo si tienen la capacidad de autodestruirse en lugar de intrigar para ser el músico de corte, que es lo que él fue. Salieri hubiera podido llegar a la grandeza si se hubiera autodestruido; no llegó porque a pesar de todo fue un músico cortesano.