
Eder. Óleo de Irene Gracia
Rafael Argullol

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el espectro de Pechorín.
Delfín Agudelo: ¿Te refieres al personaje de Lermontov presente en la novela Un héroe de nuestro tiempo?
R.A.: Sí. Siempre que en la prensa o en las telenoticias oigo hablar de las guerras del Cáucaso, en las que están implicados el ejército ruso y resistentes de algunos de la república o de los pueblos del Cáucaso, siempre inevitablemente pienso en este texto y en Pechorín, al que Lermontov llamó muy adecuadamente el héroe de nuestro tiempo. ¿Y cómo era ese héroe de nuestro tiempo? Era un soldado ruso, generalmente de buena familia, que había nacido en Moscú o en San Petersburgo, que se había alejado de los círculos familiares y del bienestar, de esas ciudades, y había sido destacado a un remotísimo batallón en el Cáucaso, donde entre escaramuza y escaramuza pasaban días enteros de aburrimiento, de tedio, de amontonamiento de días siempre iguales. Lermontov es uno de los grandes definidores del tedio moderno, de manera paralela, incluso cronológica, a la definición que hizo Baudelaire en París. Y allí nos encontramos con dos abordajes simultáneos, aunque en marcos tan distintos de la cuestión del tedio, del paso irreversible del tiempo, etc. Dos escenarios tan distintos como pueden ser París, el escenario metropolitano por excelencia, y como puede ser una aldea remota en las montañas del Cáucaso. Pero el sentimiento viene a ser el mismo, quizá con la única diferencia que Pechorín y sus compañeros llegaron a inventar en la práctica algo que los poetas de París solo inventaron metafóricamente: el juego de la ruleta rusa, que consiste en sustituir la bola de la ruleta por las balas que se ponen en un revólver para al menos así romper la monotonía de las noches interminables.