Rafael Argullol
Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el del Papa Inocencio X.
Delfín Agudelo: ¿Te refieres al retrato de Bacon o Velázquez?
R.A.: Me refiero fundamentalmente al retrato de Bacon, pero evidentemente no puedo dejar atrás el retrato de Velázquez sobre el cual trabajó Bacon en su obra. A mí me interesa mucho la obra de Bacon como el final de un abanico de amplio espectro que empieza con el retratismo renacentista y en cierto modo tiene su culminación en el propio Bacon. Si los artistas renacentistas buscaban penetrar en el cuerpo, diseccionar lo que era el alma del ser humano a través de la expresividad misma de las emociones que mostraba el cuerpo, Bacon parece ir más allá y quiere hurgar, indagar en lo que es el subsuelo de la epidermis. Quiere en cierto modo diseccionar la propia víscera o entraña del hombre, como si en lugar del alma buscara directamente el instinto en su sentido más animal y también más universal. Creo que la mejor comparación que podemos hacer para ver ese contraste en el gran arco del retrato europeo son los retratos de Cristo crucificado en el renacimiento o barroco, o aquellos que hizo Bacon a lo largo de su vida, con el tema del crucificado como esencial. Mientras en uno se remarca la dignidad del héroe del cristianismo, en el caso de Bacon Cristo muchas veces es presentado como si fuera un buey abierto en canal, colgado en una carnicería. En ese sentido el contraste entre el Cristo de máxima dignidad pictórica, que es el de Velázquez, y los Cristos de Bacon, es suficientemente elocuente. Y así entendemos también esa gran obra maestra del siglo XX que es el retrato del papa Inocencio X que hace Bacon, recogiendo el prototipo de Velázquez pero de alguna manera desnudando hasta los huesos y vísceras a ese personaje, de manera que esa dignidad teológica, autoritaria, que se muestra en el Inocencio de Velázquez revestida de una gran autoridad y una gran dignidad, queda en Bacon reducida a cenizas: queda en cierto modo el esqueleto interior, el instinto en toda su desnudez del personaje, con lo cual nos muestra en cierto modo algo parecido a este Cristo colgado en la carnicería. Es el retrato de un hombre que tiene un máximo poder terrenal, el Papa, reducido precisamente a lo que es cualquier ser humano: una composición de nervios, músculos, entrañas y organismos primordiales.