
Eder. Óleo de Irene Gracia
Rafael Argullol

Delfín Agudelo: Te refieres sin duda al bufón de cara ambigua retratado por Velázquez.
R.A.: Sí, me refiero a este cuadro de Velázquez y a la obsesión que tuvo Velázquez por pintar bufones. Ahora no recuerdo la proporción exacta pero Velázquez, que fue un pintor no muy prolífico, tiene unos diez o doce bufones; es decir, tiene una proporción dedicada a retratos de bufones bastante impresionante. Es equiparable a la misma importancia que se da a la figura del bufón en la obra de Shakespeare: mientras que Velázquez los pintaba, Shakespeare los poetizaba en sus dramas. Creo que en los dos casos, y concretamente en el de Velázquez, lo que hay en el caso de bufón y bufones se entiende como una contrafigura del poder, como alguien que vive el ambiente de la monarquía absoluta, el ambiente del poder absoluto. Velázquez es perfectamente consciente de que el único gran contrapunto al poder del rey es el bufón del rey; el único gran contrapunto al señor absoluto es el bufón. De manera que el bufón, en cierto modo, encarna y arrastra una sustancia de libertad que muchas veces en la vida diaria de un rey o de una sociedad no se puede dar. Por eso todos sabemos que en los medios de extrema censura, por ejemplo en las dictaduras, sólo la ironía escapa a la red de la censura, y a las redes del totalitarismo. El bufón era un personaje muy libre, y eso debía seducir mucho a Velázquez; esta libertad se debía a que era el portador monstruoso del único espacio de real libertad bajo los poderes absolutos.