Rafael Argullol
Delfín Agudelo: ¿Te refieres a su autorretrato desnudo que se encuentra en Weimar?
R.A.: Sí, a ese curiosísimo autorretrato porque si bien el desnudo tenía una historia todavía muy joven en el momento en que pintaba Durero -no hacía ni un siglo que los pintores realmente hacían pintura de desnudo tanto masculina como femenina- verdaderamente es un hecho completamente excepcional que un pintor se autorretratara a través de un desnudo integral y frontal como hace Durero. En ese sentido veía ese autorretrato como simétrico a aquél en el que el pintor se retrababa con la grandeza mayestática. Con ese retrato desnudo lo que quiere mostrar a los espectadores es la pura intimidad, la pura crudeza de los sentidos. La demostración de que el pintor, de la misma manera que tiene que aspirar a la interpretación espiritual de la existencia, tiene que reflejar esa interpretación a través de la única arma directa con la que cuenta, que es la materia sensorial. Ninguna materia es más sensorial que aquella de los cuerpos, y probablemente para un pintor ninguna materia de os cuerpos es más directa e íntima que aquella en la cual se refleja su cuerpo desnudo. Esta imagen tiene para mí un efecto revolucionario, un auténtico punto de inflexión en la historia de la pintura, y aunque no es demasiado conocida, creo que inaugura caminos que posteriormente sólo se recordarán en su plenitud prácticamente en el arte de finales del XIX y del XX, en el expresionismo y en cierto realismo contemporáneo. Casi diría que entre el desnudo integral y frontal de Durero y los desnudos, muchas veces también autorretratos, de los expresionistas, los pintores jamás se atrevieron a llegar tan lejos.