Rafael Argullol
Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, me ha parecido ver el espectro del hombre que pudo reinar
Delfín Agudelo: ¿Te refieres al protagonista de la novela de Kipling?
R.A.: Sí, me refiero a él, quien al mismo tiempo es el de una película que en su momento me encantó, filmada por John Houston sobre esa novela y con ese mismo título. Para mí resulta tanto en un caso como en el otro, un auténtico arquetipo de lo que es la narrativa de aventuras. Pero de una manera muy especial, me gusta la trayectoria del hombre que pudo reinar, de Daniel Drevot. Me gusta su trayectoria porque es alguien que en parte se ve empujado por el azar, empujado por el destino, pero que en parte, dentro de ese mismo empuje, hace unos esfuerzos considerables para elegir libremente. Hay una especie de tensión magistralmente planteada en el texto de Kipling y recogida por Houston entre estos dos elementos: aquellos caminos por lo que te empuja la vida, como si fuera una necesidad irrefrenable, y cómo tú, a pesar de todo, intentas aún aceptando ese empuje, ir encontrado territorios de libertad en medio del camino. En el caso de esa aventura es extraordinario porque el protagonista y su compañero parten hacia el norte de la India, hacia lo que sería actualmente Afganistán, en busca de tesoros. Son dos aventureros que se desprenden del ejército colonial británico y al lanzarse hacia esto están a punto de morir. Después caen en otro plano de sus vidas: entran en contacto con unas tribus primitivas de las montañas, y al entrar en contacto con dichas tribus entran también en contacto con otra época, porque son tribus aisladas desde hace siglos. De repente es claro que esas tribus son bolsas culturales que quedaron de la época de la expedición de Alejandro Magno en montañas recónditas de Afganistán. A partir de allí el hombre que deseaba el tesoro lo deja de hacer en el sentido económico del término, para desear una especie de dignidad real que le vincula a esa civilización del pasado a través del amor de una mujer que se llama Roxana, la cual lleva el mismo nombre de la esposa que tuvo Alejandro Magno en esos países. Ese juego entre épocas, tiempos y culturas, esa especie de cadenas en que los eslabones del azar, la necesidad y la libertad se van enrollando unos con otros -que Kipling plantea también en su novela- me parece que son un extraordinario ejemplo de la narrativa de la aventura, dejándose llevar por esta a la vez que elegir dentro de lo posible, dentro de ese propio azar que significa la aventura.