Rafael Argullol
Rafael Argullol: Pongo mi propio caso: soy alguien nacido en Barcelona, cuyos familiares hasta la tercera o cuarta generación son de Barcelona, ni siquiera de Cataluña. Eso quiere decir que el conjunto de historias que puede haber recibido este linaje familiar no es más limitado que otros, pero son círculos concéntricos alrededor de un mismo centro. Ha habido poca migración; de hecho, recuerdo cuando era pequeño las fundamentales migraciones aparte de las familiares o personales, que se producían cuando nos remontábamos a las guerras: la Guerra Civil inmediata, o las guerras del siglo diecinueve, porque troncos de mi familia han sido liberales, troncos carlistas, y han estado enfrentadas. La guerra, al movilizar y desplazar a las gentes, proporcionaba una cierta migración; de lo contrario había un cierto aire de estabilidad. Por ejemplo yo tenía una abuela que nunca había salido de la provincia de Barcelona. En cambio me llamó mucho la atención en América que uno está desde el principio sometido a grandes migraciones y confluencias narrativas. Esto se advierte tanto en América del Norte como en América del Sur. En Estados Unidos se notaba mucho que, a pesar de todo, es un país de colonos recientes, aunque sea de dos o tres siglos. Los colonos llevan sus historias originales que luego se han mezclado con otros sedimentos, como pueden ser los de sucesivas migraciones, del norte, del centro de Europa, desde Irlanda, Inglaterra, Alemania, luego las migraciones negras través del esclavismo y luego las últimas desde Latinoamérica y desde oriente. Todas estas capas provocan algo en Estados Unidos muy evidente, y es que la narración americana es a pesar de todo una narración de gente que hace poco ha colonizado esta tierra. Entonces hay esta presencia por ejemplo de las carreteras interminables en las Rocky Mountains, las novelas de carretera, los cañones de espacios tremendamente despoblados, imposibles de encontrar en Europa, y que se han marcado en la cultura norteamericana tanto literaria como cinematográfica. Me acuerdo una vez en Wyoming que paramos en un bar —en un recorrido en que ves que todas las ciudades son iguales pero el paisaje maravilloso —que no parecía de ex-colonos, sino que parecía de colonos directamente, con el ambiente propio de la colonización del siglo XIX o de principios del XX. Y eso está presente para bien y para mal en esa hospitalidad y a veces en esa falta de cosmopolitismo que te encuentras en muchos aspectos de la vida norteamericana.