
Eder. Óleo de Irene Gracia
Rafael Argullol
Delfín Agudelo: Sin embargo también considero que esa seguridad, esa clara consciencia que tiene París de sí misma, y que tiene el parisino de la ciudad en la que está viviendo, es en muchos aspectos el gran motivo de esa permanencia del spleen baudelairiano, y ya no solamente en términos del poeta, sino que es prácticamente que se ha trasladado a todos. Una vez que viajé con mis padres mi madre nunca podía guardarse el comentario de lo linda que estaba la ciudad cuando hablábamos con cualquier vendedor de cualquier tienda, y los tres vendedores reaccionaban con asombro, preguntándole que si en realidad creía que fuera así. Es casi como si la ciudad le pesara en exceso la carga que tiene sobre sí misma. Es como si París estuviera saturado de sí mismo.
R.A.: Esa saturación es lo que despertaba la figura del parisino antipático, que es esta especie de mezcla de exceso de seguridad o exceso de saturación. De todos modos ahí también habría que pasar página y ver que el París actual es bastante distinto probablemente de este que visitó tu madre, muy distinto del de la primera mitad del siglo XX; y absolutamente distinto del aquél del XIX. El París actual ha sufrido las convulsiones masivas que han sufrido otras ciudades, como las grandes ciudades españolas, las migraciones masivas, las migraciones del último tercio del siglo XX, y en estos momentos es una ciudad que está en plena transformación a través de unos Parises completamente distintos, muchos de ellos marcándose entre sí. Y esto ha disminuido esa figura de autosaturación y antipatíaa del parisino, porque la ciudad no sé si no está tan segura de sí misma, pero ya no está tan saturada, está más sometida a una especie de convulsión continua. Y eso a la larga no sabemos si será positivo o negativo, es algo bastante incierto. Pero dentro de la no capitalidad del mundo, es evidente que deberíamos otorgar la capitalidad a aquellas ciudades que efectivamente facilitan esos encuentros misteriosos con el azar, sean Roma, París, Nueva York, pero muchas veces también Benarés, Damasco, Istanbul, ciudades que quizá han permanecido al margen de lo que llamamos la modernidad más agobiante pero que tienen esa densidad de encuentros.