Rafael Argullol
Delfín Agudelo: Esa salida de uno mismo, quede cierta manera permite el ordenador, me hace pensar mucho en lo que el ordenador se ha convertido, y más allá que el ordenador, el disco duro; es ya casi como que no hay que esperar nada de tu pareja, amigos o esposa, sino del disco duro: es allí donde en realidad se depositan todas las confianzas. Además del disco duro, por ejemplo en el caso de Virginia, perder el ordenador es perder todo lo que uno tiene, porque se ha convertido en una máquina de dependencia brutal, hasta el punto que te recuerda las contraseñas para entrar a ciertas páginas. Se ocupa de cuestiones de memoria que tú ya no tienes en preocupación, todo queda registrado allí. Si alguien quiere viajar dentro de una persona es tomar su ordenador personal; y con esto no me refiero únicamente a las contraseñas, sino a que el ordenador es tu propio historial de absolutamente todo lo que estás pensando, haciendo y ocurriendo. Si te metes al historial de búsquedas, sale qué has buscado, qué páginas has visitado. Con que puedas ver qué páginas ha consultado alguien, ya sabes qué está pasando por su cabeza. Es hacer un ejercicio a lo Dupin: de esto a esto otro, porque absolutamente termina siendo una radiografía, positiva porque te ayuda, tremendamente negativa porque además de la incomunicación que tiene Virginia, con los demás, es casi como si alguien tomara tu ropa y se la pusiera.
R.A.: Ocurre que en el caso que estamos comentando también se produce el efecto contrario, liberador, catártico; pero es verdad lo que dices, de que se está produciendo un auténtico cambio de percepción e incluso un cambio casi del propio conocimiento que tienen los sentidos. Yo, como sabes, no soy excesivamente tecnológico, y no tengo una gran dependencia de ir abriendo el ordenador para ver cómo van llegando los correos. En ese sentido utilizo el correo electrónico casi como se utilizaban los antiguos correos epistolares: le doy tiempo. No quiero estar obsesionado continuamente por las noticias que llegan por el corro electrónico. Hay gente que necesita estar ya conectada; no es que lo consulte cinco veces, sino estar conectado de manera permanente. A la fuerza crea una dependencia similar a las propias dependencias que tienes visuales, o a las nuevas distorsiones visuales. Recurro muy poco al fútbol, pero la última vez que fui al Camp Nou, cuando metían un gol esperaba la repetición. Estaba tan acostumbrado a ver los goles a través de la pantalla, y de inmediato ver la repetición; mi mirada sobre el fútbol estaba educada ya en esa visión. Me costó mucho reacostumbrar el ojo a la visión del fútbol en directo.
Creo que en nuestro mundo lo que está sucediendo en algunos casos es que el tipo de mediadores virtuales se ha convertido en tan extraordinariamente complejo que la gente que está continuamente conectada en un momento determinado es arrancada de ese sistema de mediaciones y se siente completamente indefenso y debería reeducarse. Es como un tema que hemos rozado aquí a veces en nuestras conversaciones, el de la pornografía: el que está saturado de pornografía en un momento tiene que reeducarse en el erotismo porque ya lo ha perdido. La pornografía no deja de formar parte de nuestro sistema visual de la posesión de todo, o una devolución inmediata de todo, y eso en la medida en que se puede nos exige en algunos casos una auténtica reeducación, como el ojo que busca de nuevo volver a sentir el placer de ver un gol en directo y no el gol a través de la repetición varias veces; y que si no le repiten el gol es incapaz ya de captarlo.