Rafael Argullol
De niño me hubiese gustado
ser el hijo de un farero.
Suponía que así
estaría rodeado todo el día por el mar,
y también toda la noche,
de modo que, desde la cama,
podría escuchar el sonido de las olas
al chocar contra el acantilado.
Luego me olvidé
de ese deseo de la niñez, secuestrado
por los deberes y placeres de tierra adentro.
He despertado, de nuevo, ahora:
ahora -cuando casi
ya no hay faros habitados-
quiero ser el farero
al que, en la niñez,
yo soñaba como padre,
y vivir lo que me falta
rodeado únicamente de mar,
maestro en el canto de las sirenas,
ferviente devoto de Poseidón.