Rafael Argullol
en una cena romana
cuyo anfitrión era amigo suyo
desde la infancia -todos los comensales
lo consideramos un privilegio
porque el pianista vivía casi oculto,
y gozaba del prestigio de los ocultos.
Habló poco. Cuatro palabras sobre Debussy
y unas cuantas más sobre coches de carreras.
Enzo Ferrari había ordenado
a los mecánicos de su escudería
que Benedetti siempre tuviera un bólido a su disposición.
Y el pianista -quien vivía en Monza-
se acogía cada vez más a la oferta.
Casi todas las mañanas, muy pronto,
daba un par de vueltas al circuito.
Benedetti se mantuvo serio toda la cena.
Sólo sonrió tímidamente una vez
-con esa sonrisa de galán un poco maldito
que encantaba a las mujeres.
"Debussy para arrancar;
Chopin, pasados los doscientos".