Rafael Argullol
Se oyó toda la noche.
Aquel sonido nunca lo habíamos escuchado.
El viento abandonaba las nubes
para descender por las laderas de las montañas
y apoderarse, luego, de la soledad de los valles.
Por fin golpeaba las ciudades,
primero con furiosas avanzadillas
que se colaban por los huecos de las avenidas,
y después con el grueso del ejército
que todo lo arrasaba a su paso.
Nunca habíamos escuchado aquel sonido
que parecía proceder del centro del universo.
En medio de la noche, en plena tormenta,
penetró en nuestros corazones la sospecha
de que nos estaba azotando un viento sagrado:
tras su paso nada sería igual en el mundo.
En efecto, nada fue igual al amanecer
cuando, cesado el viento, la calma era absoluta.
Otra vida estaba allí, bajo el sol radiante.
Y ahora tenemos un miedo inmenso,
pues está a nuestro alcance una existencia
que antes permanecía recluida en el deseo