Ficha técnica
Título: Nueva York: Historias de dos ciudades | Varios autores |Traductor: Magdalena Palmer | Editorial: Nordica | Páginas 408 | Formato: 13,5 x 22,5 cm | Encuadernación: Rústica | ISBN: 978-84-16440-25-2 | Precio: 22,95 euros
Nueva York: Historias de dos ciudades
Varios autores
Bienvenidos a la ciudad de Nueva York, donde el 1 por ciento de la población gana más de 500.000 dólares al año y hay 22.000 niños sin hogar. La creciente desigualdad es hoy un fenómeno mundial, y N.Y. es la metáfora de un mundo desarrollado donde el crecimiento desmesurado y la pobreza más terrible conviven sin apenas tocarse.
Este libro recoge la visión de treinta grandes autores contemporáneos que proceden de sitios diversos de todo el mundo y tienen en común que viven en Nueva York. Sus relatos, en los que encontramos ficción y reportaje, nos transmiten toda la angustia, la insensibilidad y la solidaridad de los ciudadanos de la gran urbe.
«Ficciones unas veces, otras crónicas o textos memoriales, todas ellas comparten el envidiable talento anglosajón, y específicamente norteamericano, para contar lo real y lo inmediato, retratar a la gente común, atrapar los matices del habla. La variedad de los autores y las diferencias entre las calidades de cada uno dan una textura densa y rica al conjunto». Antonio Muñoz Molina
PRÓLOGO
Antonio Muñoz Molina
EL ESPEJISMO Y SU REVERSO
Nueva York es una ciudad y un espejismo de ciudad. La ciudad llevaba varios siglos existiendo antes de que surgiera el espejismo que la representa en el mundo, pero ahora ha desaparecido casi por completo tras él. Nueva York fue primero un puerto para el comercio y, a continuación, un centro formidable de manufactura: el puerto del que salían hacia Europa las pieles de los animales y el algodón que recolectaban los esclavos en las plantaciones del sur; y luego el polo de atracción de los millones de emigrantes que venían huyendo de los despotismos y las hambres de Europa. Hacia mediados del siglo xix, Herman Melville dibuja la isla de Manhattan como un contorno al que se adhieren por todas partes proas de veleros. Cualquier calle de la ciudad acaba en su cintura portuaria y en el horizonte del mar. Primero los canales y luego los ferrocarriles la conectan con la inmensidad continental del interior del país. Nueva York entonces no es un espejismo, sino lo contrario de un espejismo: un puerto de mercancías que no descansa nunca, una terminal para la exportación de productos agrícolas, materias primas, hierro, acero; un paisaje de fábricas en las que los emigrantes, hombres y mujeres, trabajan jornadas de catorce horas, y de barriadas en las que se amontonan con un espesor de humanidad y pobreza que parecería de Calcuta o de Lagos. También una metrópolis en la que se acumula la riqueza y se vuelve obscena y desmedida su exhibición.
A Henry James el prosaísmo de Nueva York lo espantaba. Se fue a Inglaterra buscando atmósferas más propicias a la literatura, y cuando al cabo de los años volvió a su ciudad natal no la reconoció: aquellas torres enormes, con su mal gusto de parodias de estilos europeos, aquellos palacios de los escandalosamente ricos. Por no hablar del espectáculo inaudito de las multitudes: los asiáticos, los italianos, los judíos, los irlandeses. Para Henry James, Nueva York era lo contrario de un espejismo: era la áspera realidad, la vulgaridad de una civilización regida por el poder de las máquinas y del dinero, por la inundación humana de los emigrantes.