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Hipocresía sin fin

Por 26 de octubre de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Lluís Bassets

El teléfono de Angela era una golosina. Nos dicen que lo pincharon los americanos, pero a cualquiera le viene a la cabeza que por la misma regla de tres también pudieron haberlo pinchado los rusos o los chinos. Es un escándalo, ciertamente. Sobre todo que la mujer más poderosa del mundo hable por un teléfono pinchable.
Hay muchas piezas que no encajan en este rompecabezas. De hacer caso a las vestiduras rasgadas y a las exclamaciones escandalizadas, los Estados soberanos europeos no sabían nada de todo este asunto, jamás habían colaborado con Washington en estos menesteres y tenían a sus servicios de contraespionaje en el desempleo o de vacaciones.

La información es la sustancia de la que se nutre el poder y cuanto más privilegiada y exclusiva más poder suministra a quien la recibe. Imaginar un mundo en el que los gobiernos aliados y socios no se espían unos a otros es un ejercicio de inocencia e irrealismo. Los principios maquiavélicos que guían al poder, cruzados con el uso sin límite de las tecnologías para recoger y analizar información, dan los resultados que conocemos. Todo se puede saber si hay voluntad de saber. El único límite es que no te pillen con el carrito de los helados.

Esto es lo que le ha sucedido a Estados Unidos. Las filtraciones de Wikileaks primero y de Edward Snowden después han dejado desnudo el poder excesivo de la superpotencia y la debilidad congénita de las que antaño fueron potencias europeas, violadas en su intimidad gracias a la complicidad de sus servicios secretos, a la hipocresía compartida y, sobre todo, a su incapacidad para dotarse de la unidad, el poder y la autoridad para tratar a Washington de tú a tú, de superpotencia a superpotencia.

Las relaciones trasatlánticas han recibido un bofetón, pero no pueden salir heridas del incidente. La necesidad mutua es absoluta, excesiva. El mundo sería más inseguro e inestable sin ellas. Como resultado, un nuevo código de conducta deberá regir la privacidad de las comunicaciones internas de los Gobierno aliados y amigos. Snowden merece un monumento solo por este servicio rendido a la construcción de un orden transatlántico más conforme a los valores y a la legalidad.

Ganaremos en garantías, pero es irreversible la pérdida que acompaña a una revelación que debilita a los socios, a Estados Unidos y a los países europeos, y refuerza en cambio a los competidores, Rusia y China. "La era de la hipocresía fácil ha terminado", aseguran Henry Farrel y Martha Finnemore en la revista Foreign Affairs (El fin de la hipocresía. La política exterior de EE UU en la era de las filtraciones, 1 de diciembre e 2013). Empieza la era de una hipocresía más difícil, en la que Merkel y Obama no podrán escucharse uno al otro y los espías deberán cubrirse bastante mejor las espaldas digitales.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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